Capítulo 11, Alain (Editado)

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(Sé que muches esperabais el momento en el que esto estuviera editado y es probable que acabéis decepcionades. He meditado largo y tendido sobre cómo es Alain y al final he llegado al mismo punto aunque de otra manera. Nadie es perfecto y con esto quiero demostrar que Alain tiene diecisiete años y la cabeza hecha un lío. No creo que se merezca la tonelada de insultos que recibe y recibirá, pero también sé que como personaje ha llegado al corazón de la gente y odiáis verlo equivocarse. Pero así somos las personas, nadie nace sabiendo. Gracias por leer esta historia y seguir aquí a pesar de lo larga que es.)

El timbre suena

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El timbre suena.

De alguna manera he terminado durmiendo sobre la cama con la ropa puesta. Sé que mi madre me llama pero la ignoro, pasando mis manos por la cara buscando despejarme. La noche del veinticuatro la pasé en vela pero no llegué a llorar, contemplé la pared a oscuras sin contar el tiempo mientras mi pecho dolía como si fuera a abrasar mi piel.

Mi madre llama un par de veces a mi puerta con energía.

—Alain, tu amigo está aquí —me incorporo de golpe. ¿Leo? No puede ser.

—Pues que pase —mi boca se entreabre con sorpresa al ver como Sebastian S. Wolf pisa mi habitación como quién no quiere la cosa. Tiene las manos metidas en los bolsillos y un gorro de lana sobre la cabeza, ocultando así su cabello negro—. ¿Cómo has descubierto dónde vivo?

Sebastian arrastra la silla de mi escritorio y se sienta con las largas piernas estiradas. Se saca el gorro y el abrigo, depositándolos con cuidado en el suelo.

—Busqué tu dirección en el contrato que firmaste con la guardería —me mira con ojos de lobo—. Deberías sentirte honrado, no suelo hacer visitas a domicilio.

Le tiro el cojín que hay al lado de mi cabeza.

—Hoy no estoy para aguantarte así que márchate —amenazo, levantándome para echarlo.

—Espera —alza las manos para intentar detenerme—. Se me ha ocurrido un regalo de navidad para ti.

—Que te den —lo empujo con fuerza pero él no se cae de su asiento. A veces parece que está acostumbrado a golpear y ser golpeado.

—Todavía te duele, ¿no? —se incorpora, camina hacia mí pero esta vez no retrocedo—. Actúas todo el rato como un tigre herido.

Siento que las lágrimas agolpan mis mejillas. Sebastian apoya la palma de su mano en mi pecho y siento como trasmite su calor, el dolor baja ligeramente.

—He venido para que puedas hablar —susurra con voz queda—. Y teniendo en cuenta que no suelo escuchar a nadie es un gran regalo.

Agarro su mano para apartarla pero me siento incapaz. Hay tantas cosas que quiero decir. Las palabras se quedan atrapadas dentro de mí y no salen por mucho que lo intente.

—No puedo —confieso—. No soy capaz.

Me envuelve con sus brazos sin mediar palabra. No me pregunta y tampoco me fuerza a que hable, solo me acaricia la espalda. Me alejo un poco para ver su expresión y él me devuelve una mirada cómplice.

El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)Where stories live. Discover now