Capítulo 29, Leo (Editado)

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La calidez de una mano rozando mi mejilla me despierta

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La calidez de una mano rozando mi mejilla me despierta. Las brumas que rigen mi mente se desperezan. Sus suaves y conocidos labios tocan con la ligereza de una pluma los míos. Percibo su peso, está sentado a mi lado en la estrecha cama de lo que apuesto que es un hospital.

—Puta mierda —mascullo sin abrir los ojos.

—No vuelvas a asustarme así —suplica Alain mientras acaricia mi frente.

—¿Están muertos? —Finalmente abro los ojos. Arden como si estuviese viendo el infierno.

Niega con la cabeza.

—La policía estatal se ha hecho cargo, por suerte tu abuela ya los había avisado, junto con los servicios médicos. Creo que ha sido la persona más racional —Su pelo ónice está completamente liso y cae hacia delante suave como la seda—. Están en cuidados intensivos.

—Pero con esa magnitud, deberían estar destrozados. —Lucho contra el dolor de cabeza que baila en mis sienes.

Alain hace un mohín antes de continuar hablando. Se mueve perceptiblemente, cambiando de posición en la cama.

—Al parecer algún guardaespaldas de la señora Greene se percató de la carga que llevaba y decidió apartarla. Aunque no alejó el detonador, se ve que no lo encontró. Ambos debieron pelearse y William terminó por pulsar el botón por desesperación. —Suelta un largo suspiro—. La madre de Andrea estaba enterada de todo el pasado de su marido. Debió investigarlo a fondo cuando su pequeña fue atacada y tomó cartas en el asunto. Apuesto lo que quieras a que si William no hubiera ido a por Erick Greene, ella se encargaría de hacerlo desaparecer.

Me hundo en las almohadas soltando el aire como si fuera una masa espesa saliendo de mis pulmones.

—Al final, nunca he llegado a conocer a ese hombre. El que empezó todo. —Carraspeo, notando como mi garganta se resiente—. Erick Greene.

Alain toma mi cara entre sus manos.

—¿Es necesario que lo hagas? —pregunta, la preocupación brilla en sus ojos pero de algún modo sé que ahora todo está bien.

—Sí. Pero no hoy, ni mañana. —Acaricio uno de sus dedos—. Se ha terminado, Alain.

Libertad. Las cadenas que el miedo ataba han sido rotas por fin. Hemos pasado por tanto que todavía no logro asimilar el hecho de que volvemos a ser dos adolescentes normales. Aunque, mirándolo bien, nunca hemos sido lo que se dice normales.

Todos en nuestras vidas tenemos algo, una diferencia que nos hace únicos.

Creo que mi diferencia es amar a Alain.

Él apoya la cabeza en mi pecho, siento su contacto y me pierdo en su calidez.

—Se ha terminado —confirma derramando su aliento. Su grave voz me pone ridículamente cachondo. Es divertido como las hormonas siguen en pleno funcionamiento incluso si el cuerpo está maltrecho.

—Dime, ¿en qué momento te enamoraste de mí? —El resto de las cosas pueden irse a paseo por un rato. Poco importa ahora el mundo que hay ahí afuera. Estamos él y yo. Mis ojos se encuentran con el hielo derretido que hay en los suyos.

Con una mano toma la manta que seguramente ha dejado ahí mi abuela y nos cubre.

—Estabas enfermo ese día. —Asiento, recordando el instante en el que ambos acabamos bajo mi edredón nórdico—. Tuve que ir al baño y mojarme varias veces la cara con agua fría para no tocarte de más.

—Bueno, yo también quería tocarte de muchas maneras esa noche pero me porté bien. —Admito, apartando la cara.

Alain se ríe de forma dulce. Adoro ese sonido.

—Llevas inconsciente cuatro días y lo primero que dices al despertar son tonterías.

—Así soy yo.

—Así eres, Leo.

Me incorporo con mucho esfuerzo.

Nos quedamos un buen rato así, hasta que mis párpados pesan y se cierran.

—Te quiero, retorcido y estúpido Alain. —Farfullo con una ligera sonrisa.

—Y yo a ti, mi pequeño Leo.

—No soy pequeño. —Tiro de su oreja antes de dormir, ahora tranquilo, sabedor de que la gente que me importa está bien. Sonrío al sentir el cuerpo de Alain junto al mío.

Aunque por supuesto, no es un final. Solo el comienzo.

El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)Where stories live. Discover now