Segunda Parte: Capítulo 1, Alain (Editado)

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—No dejaré que muera —hablo con la voz temblando de ira

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—No dejaré que muera —hablo con la voz temblando de ira. El bastardo se ríe meneando la cabeza como si no fuéramos más que un chiste. Sabrina llora y cubre como puede las heridas del cuerpo de Leo. Veo algo brillar en ellas pero no tengo tiempo para descubrir qué es.

Una llamada de Andrea llegó mientras conducía hacia el hospital para ver a Lira, me costó bastante entenderla entre tanto sollozo pero en cuanto pronunció el nombre de Leo la desesperación se apoderó de mí.

Leo podría morir.

Sabía a dónde tenía que ir aún si no me lo dijeran, al arroyo en el que los cardenales rojos cantan todos los inviernos.

Quito mi cazadora y la tiro al suelo, dejando que se embadurne y cubra del barro. Siento cómo mis pies se hunden ligeramente en él.

No me importa que lleve un cuchillo cubierto con la sangre de Leo. Tampoco que su mirada apunta a que va a matarme.

Ha herido a Leo.

Se ha atrevido a tocarle con sus sucias y asquerosas manos.

Todo este tiempo ha estado delante de nuestras narices, fingiendo ser un hombre amable. Me siento engañado y estúpido.

Atrapo su muñeca con una mano tomando la hoja del arma con la otra. Consigo arrebatarle el cuchillo aunque me rasgo la piel en el acto. Mi sangre cae en pequeñas gotas que impactan contra el suelo y se entremezclan con la lluvia.

Destrozó la vida de Lira hasta hacer de ella un fardo miserable postrado en una cama de hospital.

Mi puño vuela a su cara pero él lo esquiva. Me propina una patada en el pecho que me deja sin respiración y hace que hinque la rodilla en el barro, se me cae el cuchillo. Tomo una piedra y la uso para propinarle otro golpe. Escucho el desagradable sonido de su nariz al romperse y como su sangre cae en mi mano.

Pero eso no es suficiente.

Él me mira como si fuera la primera vez. Me dirige una extraña sonrisa y me quita la piedra de la mano.

Le propino una patada en el vientre haciendo que retroceda hasta que su espalda se golpea contra un árbol.

William Wackerly.

Todo este tiempo ha estado riéndose de mí. Paseando a mi lado. Riéndose mientras nosotros sufríamos por sus pasadas acciones.

Matarle no sería suficiente. Tendría que torturarle el resto de sus días para poder quedarme tranquilo. Arrancar a tiras su piel y colgarla alrededor de su casa.

Para mi gran sorpresa comienza a reírse con voz queda mientras se limpia la sangre que mana de su nariz con el dorso de la mano.

—Qué te hace tanta gracia, hijo de puta —localizo el cuchillo y lo recojo. Siento el dolor punzante de la herida que me he hecho antes pero no importa. Me acerco con rapidez y busco hundir la empuñadura en su pecho. Él se aparta con agilidad pero consigo hundir el filo en un hombro.

Me quedo inmóvil durante unos instantes, percatándome de lo que acabo de hacer realmente.

—Me hace gracia que vayas a perder tu vida junto con la de Lordvessel —musita él y se saca el cuchillo sin miramientos—. Es una pena que seáis tan estúpidos. Mi intención siempre ha sido acabar con Lira, esperar a que Andrea crezca y matarla también.

—Leo no va a morir —respondo y me muevo, preparado para que me ataque—. No va a morir nadie.

Me lanzo y consigo propinarle una patada en la parte baja de la pierna, provocando que trastabille. Aprovecho para empujarlo con mi propio cuerpo y derribarlo. Caemos al suelo y me las arreglo para quitarle de nuevo el arma. La lanzo hacia el arroyo, veo como se hunde en sus aguas.

Agarro la cabeza de Wackerly y golpeo su cara. Una y otra vez.

En algún momento veo Wackerly pierde la consciencia. Su cara está tan amoratada que apenas se le distinguen los rasgos y mis puños arden, con los nudillos en carne viva.

—La ambulancia está por llegar junto con la policía. ¡Tienes que ayudarme! —grita Sabrina con desesperación.

Pongo mis manos alrededor del cuello ensangrentado del hombre. Será fácil terminar con él. Sesgar su vida.

—¡Leo necesita que te estés a su lado! —Me paralizo momentáneamente. La sangre de Leo se escurre con el agua de la lluvia, se mezcla con las piedras brillantes en un reguero macabro.

Me muevo hacia él para derrumbarme de rodillas a su lado. Me cuesta respirar.

Está terriblemente pálido, con la cara ovalada manchada de tierra. Los ojos normalmente ambarinos y luminosos permanecen suavemente cerrados, como si descansase.

Beso su frente, e intento cubrir con mis manos la herida de su cabeza. Mis ojos arden y sé que me voy a desmoronar en cualquier momento.

No puedes irte sin mí. Por favor.

Lo abrazo cuando las voces de los adultos llegan a nosotros.

Todavía no te he dicho que te amo. Más que a nada.

El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)Where stories live. Discover now