Capítulo 31 (Editado)

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La mansión de Andrea es ridículamente grande pero no tanto como la de Áurea

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La mansión de Andrea es ridículamente grande pero no tanto como la de Áurea. Sus paredes debieron ser blancas en un principio pero ahora son grises. Dos enormes columnas soportan un balcón decorado con los motivos propios de la noche de Halloween, sobre todo murciélagos de plástico colgados en hileras. Las calabazas no tienen originalidad alguna, todas tienen la misma sonrisa dentada iluminada por la vela de su interior.

Parece que el instituto al completo pero sin profesorado está presente a juzgar por el número de personas que pulula por el camino de entrada. Empiezo a sentirme incómodo. Seguramente sea el hazmerreír del lugar.

En cuanto bajamos del coche varios compañeros de nuestra clase nos miran con extrema curiosidad y cuchichean entre ellos pero no dicen nada abiertamente sobre nosotros. Intento caminar con los tacones que me he terminado poniendo por curiosidad, pero es como andar sobre una cuerda fina; no creo que sea capaz de aguantar mucho más con ellos puestos. El pelo falso me cae por la espalda y se agita mientras camino.

—La del vestido rojo es muy ardiente, ¿no crees? —escucho a uno decir. Le lanzo la mirada más iracunda del mundo deseando que se pudra allí mismo. Parece recibir el mensaje, porque cierra la boca y no la vuelve a abrir a mi lado.

Cuando entramos a la casa, el olor a alcohol y cuerpos adolescentes sudorosos me perfora las fosas nasales de tal manera que daría lo que fuera por arrancarme la nariz. Áurea sonríe de forma traviesa y saca algo que lleva envuelto en unas bolsas. Se supone que es la pequeña venganza por lo que Andrea ha hecho pero no tengo ni la menor idea de lo que se trata.

—Voy a buscar su cuarto, tú vete a comprobar si Alain anda por aquí —me guiña un ojo, dejándome en medio de la gente que está sobreexcitada gritando, bailando o lo que sea.

Me voy hasta un rincón y me apoyo en la pared. Pasados unos minutos aparece un chico alto, tremendamente alto. Su cabello es negro azabache y parece una mezcla de oriental con algo más ya que su piel es morena. Se acerca hacia mí y se pone contra la pared con los brazos cruzados sobre el pecho con un deje de seguridad en sí mismo que ya me gustaría. Tiene un pendiente en el lóbulo derecho y no está disfrazado.

Su cara me recuerda a alguien, pero con esta luz no distingo nada.

Seguimos un buen rato el uno junto al otro sin decir absolutamente nada. Él mira la estancia con aire ausente, aunque parece analizar a todos y cada uno de los presentes. Al final repara en mí.

—Ah, no te había visto —saluda y muestra una sonrisa lobuna. Me encojo de hombros—. ¿Te diviertes? A mí por el momento me está pareciendo un desastre. Pero al menos tienen mi presencia, eso ya le aporta algo de valor.

¿Qué? Lo miro con perplejidad ante su comentario, pero la sonrisa que lanza hace que sonría yo también.

Entonces aparece Alain en la sala de estar, la cual se ha convertido en una pista de baile. Me excito solo de verlo vestido de mayordomo clásico inglés. Lleva un traje de pingüino, guantes blancos y una camisa se ajusta a su fornido pecho rellenándola de una manera que me deja sin saliva.

El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora