Capítulo 9 (Editado)

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Los siguientes cuatro días los paso peleando con mi recién instalada conexión a internet a la par que buscando la manera de hablar con Alain

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Los siguientes cuatro días los paso peleando con mi recién instalada conexión a internet a la par que buscando la manera de hablar con Alain.

En el instituto me evade entrando tarde a clase y saliendo el primero. No pasa por el comedor y tampoco lo veo a la salida. Por mucho que intente llamarle, la persiana de su cuarto permanece cerrada todo el día. Eso tiene que oler a heces de perro con tantos días como lleva sin ventilar.

Lo único bueno que considero que me está pasando es que Áurea se ha vuelto un poco más cercana a mí. Intercambiamos los números y toda clase de redes sociales, por lo que hablamos constantemente de muchos temas. Cuando empieza a emocionarse demasiado con su mayor fetiche cierro conversación para no sufrir daños emocionales permanentes. No tenía ni la menor idea de que las personas teniendo sexo pudiesen tener tantas posturas variadas.

Áurea escribe en una página que solo podría definirse como "lugar para personas de dudosa moralidad" por la cual aún no he pasado ni pretendo. Según me ha contado, sus padres no están ni siquiera en el país por lo que vive ella sola en una enorme mansión al otro lado del pueblo. Está realmente sola en una casa llena de habitaciones vacías pero aun así sabe llevarlo bastante bien, yo no estoy tan seguro de que pudiera hacer algo así. Hasta que llegué yo no había entablado amistad alguna con ningún compañero y eso que ya lleva cinco años viviendo en el pueblo. Otra cosa que tenemos en común, supongo.

A veces recuerdo aquel momento en el que intenté ser amigo de un chico de mi edad. Por aquel entonces vivía en la ciudad y trabajaba en una cafetería que ofrecía pasteles y pan recién hecho. Nunca imaginé que Sebastian, el compañero idolatrado por todos en mi anterior instituto apareciese ante mí para entablar una amistad, pero así sucedió. Y después simplemente se terminó. Dejándome con un colgante en forma de púa de guitarra y muchos interrogantes.

¿Qué sería de él?

Escucho la voz de mi abuela desde la cocina, mandándome vaciar los recipientes de arena de gato y despertándome de mis pensamientos. Mientras me dirijo hacia la parte trasera de la casa medito sobre lo absurdo que es ponerles arena cuando tienen un bonito jardín para cagar. Cuando llego me doy cuenta de que mi abuela realmente tiene amaestrados a Lovecraft y Shakespeare para que usen cordialmente la arena y no dañen sus hermosas flores a pesar de que la mierda es un fertilizante cojonudo. También me percato de que uno de los pobres mininos está claramente descompuesto y que me va a costar una barbaridad no vomitar limpiando tal despropósito.

En cuanto me agacho veo a Alain salir a su jardín trasero estirando los brazos como si fuese a hacer algún ejercicio físico.

—Hey —le llamo. No se gira, como si mi voz fuese un eco llevado por el viento. Lo intento de nuevo—. Alain.

Sigue ignorándome, paseando un poco por su jardín; que apenas se separa del mío por una cutre valla blanca que no se levanta del suelo ni medio metro.

—Alain, tío, háblame —repito acercándome con el recipiente apestoso en la mano. Pasa de mí, por supuesto, y lo que es peor, se dirige de nuevo a su casa. Esa forma de ser me toca claramente las pelotas—. Deja de ser un gilipollas.

No pienso. No se me da bien pensar cuando estoy tan enfurecido que lo único que quiero es abofetearlo. Lanzo el montón de arena sucia esperando un toque de atención, pero mi puntería se ha vuelto certera de repente y la arena impacta de lleno en su costado dejándole la sudadera blanca llena de mierda.

Puedo sentir la ira hervir en su interior expandirse hacia afuera y rodearlo semejando un halo, como en el anime de Dragon Ball. Claramente estoy flipando porque nada de eso sucede, pero mis piernas reconocen el peligro y me llevan a toda velocidad hasta la seguridad de la casa de mi abuelita. Cierro la puerta con pestillo y subo corriendo mientras eludo las preguntas de mi abuela sobre si limpié bien "los inodoros de los pequeños". Cuando llego jadeante también lo hace Alain a su propio cuarto.

No me demoro en observar el aspecto homicida que lleva, cierro la ventana y la persiana de golpe quedándome a oscuras.

—¡LEO! —grita Alain furioso desde afuera. Juraría que en mi mente el grito se ha escuchado en mayúsculas.

—¡Ha sido sin querer! —Me defiendo, apretando la sudorosa frente contra el frío cristal de la ventana.

—¡Y una mierda! —Le escucho decir antes de que él también cierre su ventana.

Durante aproximadamente diez minutos considero la posibilidad de no volver a salir de la habitación en lo que resta de mi vida. Si antes me odiaba e ignoraba, ahora acababa de declararle la guerra con solo un poco de arena sucia.

Después de calmarme un poco decido encender mi portátil y preguntarle a la única persona a la que puede que le interese mi problema: Áurea.

No la veo conectada, por lo que mi ánimo decae.

Me sobresalto al escuchar el timbre de la puerta principal y mi corazón deja de latir cuando la voz grave de Alain resuena en el rellano. Rezo y pido a quién sea que ande controlando todo el petate desde el cielo para que mi entrañable abuela no sea agradable esta noche y no le deje pasar.

Por descontado, no sucede. E incluso le ofrece galletas. Maldita. Es demasiado buena para ser considerada familiar mío. Yo no soy tan agradable, maldita sea, tengo más de demonio que ningún otro Lordvessel.

En cuanto dejan de hablar abro mi ventana con la esperanza de que la suya esté abierta. No lo está. Contemplo otras posibilidades pero aparte de esconderme en el baño o debajo de la cama (lugares en los que me encontrará seguro) no se me ocurre. Saco pecho para afrontarlo con valor.

El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)Where stories live. Discover now