Capítulo 10 (Editado)

6.3K 903 187
                                    

Estoy temblando como una hoja en una tormenta cuando Alain cierra la puerta con suavidad después de entrar

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Estoy temblando como una hoja en una tormenta cuando Alain cierra la puerta con suavidad después de entrar. Nos quedamos un largo rato mirándonos en la penumbra apenas iluminada por la pantalla de mi ordenador portátil. Se ha dado una ducha y tiene el cabello húmedo cubriéndole los ojo liso y sin alborotar.

¿Por qué es tan atractivo?

Si va a matarme espero que lo haga rápido. Que entierre mi cadáver en algún lugar bonito con vistas al mar en dónde mis padres y mi hermana pequeña puedan llorar durante años por la pérdida.

—¿De qué hostia vas? —pregunta con voz contenida.

—Creo que de paisano pero no puedo asegurarlo —contesto y me muerdo los labios para evitar que salga otra tontería.

Se acerca.

Retrocedo.

Con dos zancadas ya está a un palmo de mí y toma con una de sus grandes manos mi mandíbula. Me tenso ante el agarre y me excito ante el contacto. No puedo caer más bajo incluso si lo intento.

—¿Crees es gracioso? —me empotra contra la pared y se acerca todavía más. No contesto por lo que aprieta su agarre aunque no llega a hacerme daño.

—Te lo merecías —mascullo arrepintiéndome al momento. Sin embargo, mi lengua viperina no tiene parangón por lo que continúo—. No tienes derecho a tratarme como una basura sin razón.

Lo veo apretar los labios antes de que me suelte.

—No, no lo tengo. Y tú tampoco puedes pedirme que sea tu amigo cuando no quiero serlo. —Eso ha dolido.

Me recompongo como puedo y lo encaro.

—Estás siendo un cabeza cuadrada —expresión de mi madre que debería patentar. Aunque ella la usa cuando veo demasiado la televisión y aquí no pinta nada—. Ni siquiera me das la oportunidad de mostrarte como soy ahora. La gente cambia y crece, por si no te habías dado cuenta.

Se echa el cabello hacia atrás, seguramente exasperado, dejando el acostumbrado mechón que cubre su ojo derecho.

—No quiero, Leo —maldito tozudo. Si pudiera meterme en su cabeza y gritarle bien fuerte, lo haría—. No lo podría soportar. Es demasiada carga para mí. Sobre todo por la reacción que tendrías y no estoy dispuesto a llevar el peso de los dos sobre mis hombros. Me llega con uno, gracias.

—¡Deja de hablarme en puto morse! —el sonido de llamada en Skype interrumpe por un momento la conversación. Ambos miramos durante unos instantes el nombre de Áurea en la pantalla con el icono del teléfono antes de volver al peliagudo asunto—. No entiendo a qué te refieres ni de quién hablas.

Veo dolor en sus ojos, un verdadero tormento revolviéndose en ellos. Me ablando totalmente y con el corazón martilleando en el pecho no se me ocurre nada más que abrazarlo.

Retorcida mierda. Esto no es un abrazo de amistad. Sé que no lo estoy haciendo porque quiero ser su amigo.

No tengo claro que me gusten los hombres, aunque tampoco me interesan las mujeres en este momento. Lo cierto es que no he tenido ninguna experiencia sexual más allá de los acostumbrados besos que se dan porque sí.

Todo mi ser arde en cuanto mis brazos rodean su cuerpo. En algún lugar de mi mente busco apaciguarlo pero casi todo lo que llena mis pensamientos es que me gustaría besarle. O que me bese.

No me aparta y tampoco se mueve. Presupongo que se está dejando consolar y entierro la cabeza en el hueco que hay en su clavícula. Mi mano palmea estúpidamente su espalda, como solía hacer mi padre cuando me caía de pequeño.

—Lo siento, Alain —susurro intentando poner a raya esa lujuria incipiente y golpeando mentalmente a mis hormonas para que se relajen y se tomen el asunto con calma—. No quería hacerte sentir mal. Nunca quise hacerte daño. Siempre has estado presente en mis pensamientos.

Apoya su mentón en mi cabeza y sorprendentemente me devuelve el abrazo tomando con una de sus manos la base de mi nuca y posando la otra en mi espalda. Casi me fallan las piernas ante el contacto por lo que me separo un poco, rascándome la cabeza con gesto nervioso.

—Perdón, me he puesto muy... — ¿Estúpido? ¿Acosador? ¿El provocador? Intento buscar la palabra acertada sin encontrarla.

Sus pestañas le cubren los ojos, ensombreciéndolos antes de que se acerque tome mi mano para arrastrarme hasta él y pose sus labios suaves sobre los míos. Entreabro mi boca ligeramente para dejar pasar su lengua y emito un sucio sonido de excitación cuando su cuerpo toma contacto con el mío.

Cambia la posición y vuelve a besarme, primero deleitándose en mi labio inferior para luego pasar al superior. Su cálido aliento es entrecortado y agitado, al igual que mi respiración.

Y de pronto se detiene con gesto contrariado.

—¿Qué acaba de suceder? —lo mismo me pregunto yo y de momento no tengo la respuesta. Respira agitado e incluso podría decirse que está jadeante. Me acerco para intentar tranquilizarle pero él se aparta con brusquedad—. Esto no tendría que estar pasando. No después de todo lo que te he dicho. Lo siento, Leo.

Estupendo, se ha puesto en plan bipolar. Me quedo quieto y en silencio, observándolo salir de mi cuarto sin que me vuelva a dirigir la palabra.

Me derrumbo en la silla que está plantada frente al escritorio con la cabeza hecha un completo lío.

Dice que me odia pero me ha besado.

No quiere ser mi amigo pero me ha besado como si le fuera la vida en ello.

¿Quiere algo más? Es evidente que le gusto, ¿no?

Lo único que sé con certeza después de lo que acaba de suceder es que a mí me gusta Alain Ream y no solo como el amigo que un día fue.

El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)Where stories live. Discover now