Capítulo 18 - Alain (Editado)

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Lo he herido en lo más profundo

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Lo he herido en lo más profundo. Soy un maldito retorcido. Y todo por no reconocer que me hervía la sangre cuando la amiga de Leo lo besó. Sé que son celos y que no debería ser así, pero mi corazón se aplastó contra el suelo en cuánto los vi.

No sé cuando empezaron a salir estos sentimientos que me llevarán a la ruina, ¿la noche en que me apartó con sus finos dedos el pelo de la cara? ¿Antes? Estaba interesado en él, pero era solo una chispa, un pequeño punto de luz que brillaba en la maraña de sentimientos encontrados.

Decido seguirle esperando alcanzarle. Él arranca el coche que suele usar su abuela, y sale del estacionamiento. Me meto en mi furgoneta y la pongo en marcha, pisando el acelerador hasta el fondo.

En un principio se dirige a nuestra casa. Es entonces cuando toma el desvío que lleva al sendero del arroyo. Aparca el coche y lo veo salir, frotándose los ojos con las manos. ¿Está llorando? Aprieto los nudillos en el volante y aparco.

Me mira y vuelve a escapar, internándose entre los árboles hacia la espesura. Una punzada de dolor atraviesa mi pecho.

— ¡Leo! —grito mientras le sigo abriéndome paso por el intrincado ramaje. Hace años que los guardabosques no vienen a hacerse cargo, así que parece una verdadera selva—. ¡Vuelve!

No quiero que se caiga. No soportaría verle herido. Me importa demasiado.

Discierno su cabellera dorada por entre la maleza. Me rasguño los brazos con las espinas de las malas hierbas y unas gotas impactan en mi rostro. La lluvia cae de golpe emborronando mi campo visual.

Todo parece repetirse. Desde el bosque hasta la forma en que Leo corre, dejándome atrás.

—¡No me dejes solo! —exclamo con desesperación sintiendo que vuelvo a la infancia, siendo un total y completo crío—. ¡Por favor!

Se detiene tan empapado como yo, con los hombros temblándole.

—No lo dije en serio, estaba enfadado —me aproximo con cuidado, deteniéndome en el instante que se gira con una triste sonrisa.

—Debí morir protegiéndola. Fui un cobarde y dejé que muriera, también te dejé solo en el bosque. —Se aleja unos pasos y trastabilla con una rama que sobresale del suelo por lo que cae y desaparece de mi campo visual.

—¡No! —Obligo a mis piernas a moverse lo más rápido que puedo. Alcanzo el borde de la zanja y siento que voy a colapsar. Por suerte no es muy honda, apenas unos tres metros, con el suelo acolchado por las hojas de los árboles caídos. Aun así, mi corazón todavía no se recompone.

Bajo hasta Leo de un salto. Permanece tumbado con las manos sobre los ojos. Lo obligo a incorporarse y aparto las manos de esos leonados iris.

No puedo decirle lo que siento en mi interior. La estúpida pared protectora que yo mismo erguí no deja pasar las palabras.

Rompo mi escudo besándole y esperando que me entienda. Soy complicado, idiota, orgulloso.

Suelta unos hipidos de angustia amarrándose a mi camiseta y en ese punto, ya no puedo detenerme. Con un sonido grave y profundo, que ni yo mismo sabía que tenía, lo recuesto en las hojas. Estamos mojados, el aguacero nos punza el cuerpo pero no puedo pensar en otra cosa que no sea hacerle sentir bien.

Surco de besos su boca, bajo por su mentón hasta la curva que une su cuello con los hombros.

Meto mi mano izquierda por debajo de su sudadera, acariciando su vientre con las yemas de los dedos. Me separo un momento y veo que tiene los ojos cerrados con fuerza. Vuelvo a besarlo y bajo con suavidad mi mano por su piel antes de desabrochar el pantalón. No tengo ni la más remota idea de qué estoy haciendo o de lo que debo hacer a continuación. Me dejo llevar por los instintos, rozando la punta de su miembro con mis dedos helados. Suelta un gemido ahogado. Cubro de besos la línea que baja desde su ombligo y termino metiéndome su erección en la boca. En la vida pensé que terminaría haciendo algo así. No me siento sucio, solo lo lamo con cuidado pasando mi lengua por toda su superficie. Vuelvo a meterlo en la boca y sacarlo unas cuantas veces mientras escucho sus gemidos.

Le bajo un poco más los pantalones y él toma mi cara entre sus manos para llevarme hasta su boca. Desliza sus manos para quitar el botón que sujeta mis vaqueros y se las arregla para bajar un poco mi ropa interior.

Me quedo paralizado.

¿Cómo se supone que he de continuar?

Leo me mira con ojos vidriosos y me atrae hacia él, besándome con intensidad y retorciéndose hasta que consigue ponerme una mano encima y frotar.

Me aprieta la punta con sus dedos.

—Leo —Consigo decir entre jadeos.

Intento hacer lo mismo aunque para ello tengo que recolocarme.

—Saliva —dice medio avergonzado. Enarco una ceja sin llegar a comprenderle del todo hasta que caigo.

Cubro mis dedos con saliva y vuelvo a frotar. Se deslizan mucho mejor. Repito la operación varias veces, mordiéndole el cuello con ligereza.

—Más rápido —gime y se lo concedo encantado. Él por su parte me toca de tal manera que me atraviesa el mayor placer que jamás haya sentido en mi vida. Leo se arquea hacia atrás, gritando un improperio.

Me induce a pensar que le duele y me detengo.

—No pares —mueve sus caderas y sus mejillas están rojas, con el agua de la lluvia escurriéndose por todo su rostro.

Tan hermoso.

Aumento el ritmo sin controlarme. Creo que voy a reventar. Un agradable calor se expande por mi estómago, revoloteando hasta mi pecho.

Leo llega al orgasmo mucho antes que yo, ensuciando por completo mi mano y deshaciéndose en temblores. Yo tardo, y tardo. Me hundo en sus dedos y salgo. Una y otra y otra vez. Termino fuera, salpicando las hojas.

Me recuesto sobre él completamente agotado y confuso. Hemos mancillado el recuerdo de la persona más inocente que pude conocer y no me arrepiento en lo más mínimo. Eso me hace sentir sucio y despreciable.

La lluvia se ha detenido y nos encontramos semidesnudos en el suelo, llenos de tierra y hojas. Si Lira lo supiese me pregunto si nos miraría con desprecio.

Recojo el pantalón de Leo y le ayudo a ponérselo.

Es tan adorable que podría derretirme aquí mismo. Aparto todos los pensamientos de Lira y el mundo real a un lugar en el que no puedan alcanzarme y lo abrazo. Tose en mi pecho, con lo que recuerdo que sigue enfermo.

—Tenemos que ir a casa —acaricio en círculos sus mejillas— ¿Puedes ponerte en pie?

Sus ambarinos ojos relucen cuando asiente, sin dejarmever lo que hay detrás.

El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)Where stories live. Discover now