•CAPITULO 4•

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Mi pie sube y baja mientras que mi dedo índice forma un círculo alrededor del vaso con Vodka. Mi mirada recae en el hombre de rodillas que tengo frente a mi, no me gustan las mentiras, ni las traiciones.

Y él lo sabía.

—Señor, se lo suplico. —ruega como el cobarde que es. —Yo no le haría daño al joven Ian.

—No, no le harías daño porque yo jamás lo permitiría. —sentencio poniéndome de pie. —Te dejaré vivir, ¿Sabes? Pero claro que el precio es alto.

Asiente repetidas veces y yo le hago una señal a uno de mis hombres para que se acerque.

—Escoje, ¿Cuál de las dos manos utilizas menos? —pregunto logrando desatar la mirada de terror. —Agradece que no te corte la lengua, porque es lo que mereces.

Trata de zafarse de los agarres de mis hombres, pero no lo logra.

—Hazlo o terminaré mochando los dos, no tengo paciencia. —declaro.

Hay quienes son tan cobardes que están dispuestos a perder una extremidad que su propia vida, aún sabiendo que después de eso el mierdero es infinito, pero eso para mí es lo mejor, ya que un cobarde que se mete con mi familia está destinado al infierno

—El izquierdo. —decide.

Le indico a mi hombre de confianza que lo haga y los gritos son dolorosos para él, pero satisfactorios para mí, ya que prefiero los de él, que los de mi propio hijo.

—Iras con Ivanovich y le darás un mensaje de mi parte. —sujeto su mandíbula. —Quien se mete conmigo, con mi gente o mi sangre, solo tiene un camino y es el directo al infierno. Nueva York es mío.

Le ordeno a mis hombres que lo saquen y salgo del cuarto dándole paso a las sirvientas que se encargan de la sangre y el desastre dentro.

La propiedad Meyer en Nueva York es bastante grande, como todos los lujos a los que cada Meyer está acostumbrado. Dos de mis hombres me siguen devuelta a la casa dónde la cena está servida en el comedor.

Mi madre está en la cabeza de la mesa, Ian, mi primogénito está a su lado, mi hermano menor junto a él y yo me siento en el otro extremo dónde Maxwell Russo, mi mejor amigo, esta a mi derecha.

—¿Novedades? —pregunta mi madre levantando su copa. —¿Has dejado de nuevo en alto el apellido de los Meyer?

—¿Cuando te he fallado, madre?

Asiente dándole un sorbo a su copa y mi mirada se desvía a Ian, quien come en silencio como siempre.

Quomodo erat dies tuus?— le pregunto dejando que la sirvienta se encargue de servirme la cena.

(Cómo estuvo tu día?)

Mueve el tenedor por la comida tardando en responder. La familia Meyer tiene una fascinación con el Latín y mi hijo no es la excepción, ya que con nosotros mayormente se comunica en ese idioma.

Tentación Azul 1 ® BORRADOR (PRÓXIMAMENTE EN FÍSICO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora