Capítulo 50

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DOLORES SIN CURA:

Te doy lo que estas pidiendo, te doy todo lo que dices que necesito. No quiero ningún rencor aquí, solamente quiero que me liberes. ¿Qué te asegura que eres lo que necesito?


Presente.

—Entonces Riven te encontró —murmuró Aiden sin que yo lo mencionara, una vez había terminado de contar mi relato.

Este me miró y no supe qué más decir, ya que eran cosas que no me pertenecía a mí comentar.

Riven me había encontrado porque su tarea había sido revisar los cadáveres esa noche; para su sorpresa solo había uno. No pudo matarme, aunque se lo pedí, no lo hizo, luego me había llevado hasta el río, para esperar a Aiden con la condición de ayudarlo con los problemas que estaba enfrentado su padre.

A pesar de eso, él debía cumplir con la tarea asignada y había terminado entregándome con su jefe, con la condición de que me ayudaría años después; quien a su vez me había entregado a Amanda y a mi padre.

Aiden me estaba mirando de la misma forma en la que yo lo había visto cinco años atrás. Como una pieza rota y resquebrajada que debía comenzar a armar antes de perder cada uno de los trozos entre las manos.

—Y esa es la historia completa. Yo la maté... a mi madre, quiero decir. ¿Y sabes qué es lo peor? Que en realidad no quería hacerlo, pero al mismo tiempo no me estaba dando otra opción. Se suponía que yo debía morir, no ella, y ya el resto lo conoces.

Su mirada conectó con la mía, pareciendo un cielo nublado a punto de estallar en forma de tormenta. Había estado cavado un pozo sin fondo y estaba a punto de ser arrastrada a un agujero negro del cual no iba a poder salir jamás.

Ya no me sentía enojada e histérica. Había soltado todo lo que tenía para decir y, sin embargo, me sentía vacía. Tan vacía como una lata desechada.

—¿Por qué piensas que se trataba de ti y no de ella? —Aiden se detuvo, reclinándose sobre la roca en donde yo estaba sentada. Su mente estaba tratando de unir las piezas del rompecabezas faltante. Al final, cuando creyó tener la respuesta, murmuró—: A quien cazaban como un animal esa tarde no era a ti, que ella te jodiera más la vida con toda esa mierda para lavarte el cerebro ya es diferente.

»¿Qué tantos enemigos tenías como para que te mataran? Ni siquiera sabías que tenías todo ese dinero, ¿no se supone que ella era a quien tenían que matar? Tú eran solo un títere, después de todo eras menor de edad. Solo tenías diecisiete años, Kira. ¿Quién iba a verte como su enemigo?

Él tenía un punto, yo ni siquiera sabía de la herencia de mi abuelo o de las cláusulas misóginas dejadas en su testamento. Me necesitaban más viva que muerta.

Me abracé a mis rodillas, que se encontraban flexionadas sobre mi torso y me fijé en lo calmado que lucía el lago y lo profunda que se veía el agua. El vestido me molestaba, lo sentía pesado al igual que todo el maquillaje que llevaba en el rostro, que de seguro para ese punto ya se encontraba más que corrido.

No podía devolver el tiempo, pero tal vez, solo tal vez si hubiese hablado las cosas no hubiesen terminado tan mal para los dos.

Mire a Aiden quien lucía tan diferente y familiar al mismo tiempo. Como el mismo chico de camiseta gris y zapatillas Nike blancas que llevaba conociendo toda la vida.

—Aunque hace rato lo negaste, sé que piensas que te arruiné la vida, ¿verdad? —le inquirí después. Él entornó los ojos en mi dirección y alzó una ceja en negativa, a pesar de que me había dicho que le importaba me era imposible creerle y no sentir culpa—. Lo digo en serio, tal vez te esté amarrando y quitando la posibilidad de decidir. No te pregunté si querías esto, tú no quieres un hijo al cual hay que cuidar, mucho menos un bebé que ni siquiera ninguno de los dos conoce o sabe siquiera dónde está.

Mátame Sanamente Donde viven las historias. Descúbrelo ahora