Lobos sexys y adolescentes adoloridos

141 28 3
                                    

Mittchell


Cuando Bárbara sale del baño, he puesto Netflix, para que no tenga que discutirme nada. Se recuesta en el sillón con las piernas estiradas sobre mi regazo. No me molesta, hemos compartido esta cercanía antes. Nada como el momento que tuvimos antes, pero tengo que borrar eso de mi memoria si quiero concentrarme en la película.

―Tenemos que ver la segunda de Crepúsculo, ¿no? ―la animo. Ella sonríe de lado.

―¿Dónde está el helado? ―reprocha.

―No hay helado en esta casa desde que tengo diez años.

―Eso es triste, es lamentable. No entiendo cómo no has caído en la locura todo este tiempo.

―¿Quién dice que no fue así?

Reímos mientras le pongo play a la película. Es tranquilizador tenerla a mi lado. Siempre me ha brindado su apoyo (aunque técnicamente haya sido por obligación de todas las maneras posibles).

Si alguien me hubiera dicho que estaría en mi sofá viendo una película de lobos sexys mientras mi estómago quema y mi pene sangra, entonces le habría recomendado que se tirara por un puente.

Tal vez habría sido yo mismo.

Pero a medida que el filme avanza, me doy cuenta de que no cambiaría nada. O tal vez sí, un par de cosas, en el pasado. Si no hubiera sido un imbécil desde el inicio, Bárbara y yo habríamos sido amigos. Habríamos reído y caminado juntos por el pasillo en vez de evitarme y bajar la cabeza cuando yo aparecía. No debería haber tenido miedo de mí, de lo que podría hacerle para entretenerme y olvidarme de mis problemas. Aunque, de no haber sido por mis acciones, ella no habría pedido ese deseo y continuaríamos perdidos en ese bucle de bromas pesadas y humillaciones; y no habría podido conocerla como lo hago ahora.

―Creo que nunca te lo he dicho en voz alta. ―comento. Ella me mira con sus enormes ojos avellanas, esperando a que continúe―. Lo mucho que lo siento.

Se endereza y cuadra los hombros, bajando las piernas del sillón. Por un momento, creo que va a irse, pero ese no es el movimiento que realiza. Se sienta pegada a mi costado y me toma de la mano, entrelazando nuestros dedos.

No dice nada. No creo que haya algo para decir de todos modos. No sé si estoy perdonado, aunque me lo merezco y estaría en todo su derecho de no hacerlo nunca si eso deseara, porque no puedo cambiar el pasado. Lo único que me queda es compensárselo en el presente.

Incluso eso parece una tarea imposible.

Deja caer la cabeza en mi hombro y apoya sus piernas sobre las mías. Dudo si está bien sujetarla, pero, antes de que pueda analizarlo, mi mano cae en su pantorrilla y la aprieta.

Nuestra burbuja de paz queda interrumpida cuando una oleada de dolor se apodera de mis partes bajas.

―Necesito una aspirina.

―Yo también.

Nos levantamos sincronizados, y por decir sincronizados quiero decir totalmente lo contrario. Al estar sentados demasiado cerca del otro, caemos al suelo en un lío de manos y piernas. Me duelen las bolas cuando quedan apretadas contra el piso y mi cabeza está en un ángulo extraño, apoyado sobre algo suave. Noto que Bárbara está muy quieta, casi diría que paralizada.

Cuando abro los ojos, me doy cuenta del por qué. Mi cara está enterrada en su pecho, en sus pechos, para ser más exactos, y una de mis piernas está entre las suyas.

Deseo deseo ©Where stories live. Discover now