Esfuerzo número dos y un tal vez

332 53 34
                                    

Bárbara


En el corto trayecto hacia nuestro destino, percibo todas las miradas de los adolescentes sobre nosotros. Casi puedo oír sus pensamientos: ¿el mundo se ha dado vuelta y ha invertido la polaridad de las cosas? ¿Ahora los opuestos se atraen? Todo eso y más sale por sus ojos, es excesivamente incómodo y que Mittchell bromee como si nada lo es aún más.

―¿No te callas nunca? ―le pregunto, bordeando la esquina que nos conduce a las puertas del comedor.

―Cuando estoy en la cama no hablo. ―responde, haciendo una mueca obscena con las cejas los labios. Tuerzo la boca con asco y camino más rápido.

―¡Información innecesaria!

Él solo se carcajea y aprieta el paso hasta igualar el mío.

Mi estómago se revuelve cuando huelo el olor a comida recién hecha. No sé determinar si es de ganas o porque tanto dulce de golpe me ha caído mal. No soy diabética ni tengo problemas con los alimentos, pero sí tengo una obsesión extrema por esos chocolates. Mamá tenía razón, algún día serían mi perdición, y aquí estamos, a punto de ingresar a un sitio con muchos platillos deliciosos y yo con un ataque de azúcar.

―Entra tú. ―pido, empujándolo desde atrás. Se voltea, apenas consciente de que me había quedado rezagada y frunce el ceño con confusión.

―Está bien, señora, como mande. ―Levanta ambas manos en señal de rendición y entra. Respiro profundo unas cuantas veces antes de dirigirme al baño de mujeres más cercano. Por supuesto, el mismo que utilicé cuando mi camisa quedó empapada de jugo de arándanos y desfilé como Taylor Hill en la pasarela de Victoria's Secret. Seguro que ella lo hace mejor.

Solo queda una chica cuando entro y no parece notar mi presencia. Cuando se va, pongo el pestillo y me dejo caer contra el frío mármol gris. Está fresquito aquí dentro, seguro porque la temperatura en el exterior es unos grados más cálida. Agradezco el golpe de frío y me froto los brazos hasta que estoy segura de que no vomitaré.

Me inclino y mojo mi cara con agua helada. Por fin puedo respirar con normalidad, aunque mi camisa está húmeda en ciertas partes.

―¿Es en serio? ―me quejo, viendo cómo mi sujetador se hace notar. Menos mal que elegí un tono blanco en vez de negro esta vez.

Pero mi karma no acaba ahí. Alguien toca la puerta con los nudillos, tal vez una pobre alma que se está orinando.

―¿Bárbara? ¿Te encuentras bien? ―No es una mujer la que me llamaba.

―Tienen que estar jodiéndome.

¿Por qué Mittchell tiene que encontrarme en los peores momentos? Mi pie lleno de mierda, el estómago revuelto... ¿Qué será lo siguiente? ¿Irrumpir en mi casa y encontrarme en ropa interior?

Los golpes vuelven a sonar y las sirenas de advertencia suenan en mi cerebro cuando intenta abrir la puerta.

―Sé que estás ahí, acabo de escucharte maldecir. No tengo poderes para atravesar materiales, ¿sabes?

Ruedo los ojos al cielo y trato de normalizar otra vez mi respiración. Estaba calmándome antes de que llegara, ¿no podía ir a comerse su hamburguesa en paz?

Sabiendo que no me queda de otra que abrir, me incorporo, aliso mi vestimenta de manera que no se note mi torpeza con el agua, y abro. Él está parado ahí, luciendo preocupado y divertido en partes iguales. Trae una bandeja pequeña en sus manos en donde descansa una botella de agua fría y unas papas fritas.

Deseo deseo ©Where stories live. Discover now