Día de esconderse en el baño

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Bárbara


Apago el teléfono y lo dejo en la mesa de luz cargando. Mi cabeza va a mil por hora intentando averiguar las pretensiones de Mittchell. Quizá me tire gusanos en la cabeza, o esconda arañas de juguete en mi locker, a sabiendas de que las odio. Y sí, cuando digo que ha hecho todo, es que así fue. Siempre tiene tretas nuevas para hacerme caer.

―¿Por quéeee? ―gimo, cubriéndome el rostro con una almohada―. Jesús, ¿tú me odias, verdad?

Me lo imagino sentado en una silla de madera con un vaso de vino en una mano y riéndose a lágrima viva de mis desgracias. Quién sabe, tal vez su padre esté a su lado, señalándome con el dedo y contándole a los angelitos todas mis humillaciones.

No soy muy religiosa, pero apuesto a que eso sí pasa.

―Tengo la sensación de que tuviste un mal día. ―Es la dulce voz de mi madre. La enfoco. Está en el marco de la puerta, aún vestida con la ropa del trabajo, lo cual indica que no llegó hace mucho.

―No, es cierto. ―admito y me siento contra la cama―. ¿Cuándo llegaste?

―Hace unos diez minutos. Estabas inmersa en tus pensamientos, bebé. ―Camina lentamente, quitándose los zapatos de tacón en el borde de mi cama y se acuesta a mi lado―. Tuve un día horrible también.

―¿En serio? ¿Qué sucedió?

Me aferro a su brazo y apoyo la cabeza en su hombro, tal y como hacía cuando era pequeña y ella me contaba un cuento para dormir.

―Johan confundió unos papeles e imprimió la nota equivocada. Adivina a quién le echaron la culpa.

Él es su asistente, joven, travieso y charlatán. Muchas veces lo capté intentando que despidan a mi madre y quedarse con su puesto. Ella es más lista que él y nunca se sale con la suya. Ahora parece haberlo hecho y eso hace que me hierva la sangre. No tiene que enfrentarse a él nada más, hay varios de sus compañeros que buscarían hacer lo que fuera para destituirla.

―¿Y qué hiciste? ―interrogo. Siento su pecho vibrar de la risa.

―Redacté una carta personalmente a los directivos y Johan está en la calle.

―Así se hace, mamá. Me encanta cuando los villanos son atrapados. ―Por lo menos uno de ellos. La abrazo con fuerza. Ella me devuelve el gesto y me da un beso en la frente.

―Cuéntame tú.

Ay qué te digo, mami... Hace unos días fui a una fiesta, me emborraché, pedí deseos y le vino al chico que me molesta, pero no lo sabes porque no quiero que lo sepas. Esa es toda la historia, ya me puedes encerrar en un loquero.

No iba a decirle eso. No quiero enfrentarme a las consecuencias.

―Solo peleé con un maestro, es todo. ―miento. Soy la peor mentirosa en la historia de las mujeres mentirosas. ¡Tengo las notas más altas! ¿Cómo se va a tragar eso mi madre?

―¿Te dio una nota injusta? ―bromea y me pica un lado de la cintura.

Me muerdo el labio y niego con la cabeza. Ella entonces hace una mueca sorprendida y se incorpora mejor.

―¿Es un chico?

Ay, no, lo que sea menos eso.

―No, mamá. No hay nadie importante en mi vida como para presentártelo. ―la tranquilizo. Nunca se dio la oportunidad, sonaré como la típica niña que vive en los cuentos, pero realmente no quiero dejar pasar a cualquiera a mi vida. Quiero un chico bueno, alguien que me respete y me cuide, no un gilipollas como Mittchell que se pasea por la vida denigrando a las personas. Pero, ¿qué me pasa? ¿Por qué estoy pensando en él?

Deseo deseo ©Where stories live. Discover now