Vómito de Fanta

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Bárbara


Mi mano se mueve con rapidez sobre la hoja, anotando cada palabra que dice la señora Reicci, nuestra maestra de italiano. Somos pocos los que estamos en esta asignatura, lo que la vuelve aburrida y a la vez interesante. Generalmente, la amo, pero voy a empezar odiándola. ¿La razón? Mittchell Raymond está aquí.

Y me refiero aquí, ahora, en el mismo espacio que yo, a tan solo tres bancos del mío. ¿Por qué, en cinco años de colegiatura, había decidido inscribirse?

Come sapete, la prossima settimana faremo un lavoro in coppia. ―anuncia la profesora.(1)

Paro de escribir y alzo la mirada, confundida. ¿Tan pronto un trabajo en equipo? Sus intimidantes ojos negros están sobre mí, me es imposible quejarme. Al instante, me regala una sonrisa, que devuelvo gustosa, y camina hacia el fondo del aula. Casi me suelto a reír cuando la escucho decir:

Sicuro di essere nella classe giusta, signor Raymond? (2)

Io non capisco niente. ―contesta él en un extraño y casi inentendible italiano.(3)

Miro por encima de mi hombro para descubrir a mi enemigo, sentado cómodamente con los pies arriba del pupitre y una sonrisa bobalicona en el rostro. La señora Reicci se encuentra parada frente a él con los brazos cruzados.

―En ese caso, esperaré su intercambio el miércoles. ―estipula en inglés con seriedad. Mittchell abre la boca para replicar, pero ella se acerca al frente y continúa con la lección.

Evito carcajearme. Eso me traería problemas y lo único que quiero es finalizar el día en paz, de modo que me doy la vuelta y leo lo que ha puesto en la pizarra blanca. Me apresuro a plasmarlo en el cuaderno antes de que se le ocurra borrarlo.

Doy un respingo cuando siento una picazón en la nuca y un envoltorio amarillo de un bombón de chocolate cae inofensivo a un lado de mi pie. Giro los ojos, ni me molesto en darme la vuelta porque ya sé quién es. Puedo oír su risa malévola.

Termino de copiar y, para mi mala suerte, mi birome se queda sin tinta. Bufo y me concentro en las últimas explicaciones hasta que el timbre suena.

Estoy guardando todo lo que he traído cuando siento una presencia detrás de mí. Maldita sea.

―Hola, pequeña menstruación.

Tierra, trágalo y escúpelo en el espacio, ¿quieres?

―Buenos días, imbécil ―Mi boca se abre en contra de mi voluntad.

Oh, diablos.

Escucho su risa y siento su aliento bailar con los vellos de mi nuca. Me aparto con violencia y tomo las correas de mi mochila. Por unos instantes, creo que estoy dormida, que por fin me he atrevido a hacerle frente y lo dejaré paradito en su lugar, pero no lo es. No es una alucinación. Sus ojos grisáceos y cambiantes se encuentran clavados en los míos.

―¿Cómo me has llamado?

―Por lo que eres. Por favor, seguro te lo han dicho antes.

―Sí, pero jamás de un vómito de Fanta. ―escupe con frialdad.

Abro la boca, indignada. Siempre le ha gustado ponerme nombres raros y denigrantes, y si se referían a mi cabello, mejor. Ni siquiera tengo el pelo anaranjado, como su amante oficial Violet, un calco suyo en personalidad y maldad.

Deseo deseo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora