El incansable Mittchell vuelve al ataque

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Bárbara


Es la hora del almuerzo y estoy que me muero de calor. Tengo mucho sueño, casi me quedo dormida en el banco de no ser por los incesantes toques de Mittchell en mi hombro. Sí, puede que no tenga preguntas y/o reclamos, pero su espíritu bromista siempre lo acompañará. Pete me rescató a la salida de la clase, ofreciéndose a cargar con mi mochila y una gran sonrisa. Me pasó el brazo por los hombros y me apartó del camino de Mittchell, cosa que agradecía, aunque horas antes me hubiera vendido al mismo lobo.

―Me las pagarás. ―le había susurrado cuando pasamos por una de las salas. Él se soltó a reír y no retomamos la conversación.

Los pasillos están infestados de alumnos hormonados. He visto a una pareja metiéndose la lengua hasta la campanilla en el locker contiguo al mismo. ¿No pueden ir a otro lado más privado? Por Dios, parece que van a sacarse la ropa.

Yo nunca he sido de las que van diciendo sus pensamientos por ahí. Mantuve la boca cerrada por muchos años e intento decir las cosas con la mayor educación posible, pero cuando distingo a la chica, lo único que sale de mi boca es:

―Querida Violet, ¿por qué no consigues una habitación?

Mi mejor amigo me mira sorprendido. La verdad es que yo también lo estoy.

La cara de la pelirroja se separa de su víctima y alza una ceja. Su brillo labial está corrido y hay una enorme mancha en el mentón del chico, quien se fija en la persona detrás de mí antes de dirigirse a Violet. La zorra me está mirando como si quisiera sacarme los ojos por haber interrumpido su sesión de casi-sexo, pero no me importa. Debería darme las gracias, de hecho. Un coordinador podría haber pasado y las cosas habrían sido diferentes.

―¿Qué has hecho? ―escupe, molesta, arreglándose su camiseta.

―Que casi vemos tus partes en el medio del pasillo, cariño. ―sale mi amiga Evi. Vaya, he estado concentrada en el duelo de miradas que ni me di cuenta de su aparición.

―Eso es algo que la mayoría ha visto. ―dice, orgullosa. Hago una mueca de asco ante la información de público conocimiento totalmente innecesaria.

―Sí, sí, vete a presumir tus dotes de puta a otro lado, ¿quieres?

Sacudo la mano como si estuviera echando a un gato. Ella me observa un segundo, se sacude la poblada melena y se lleva a rastras a su víctima, en dirección a los baños o algún otro sitio privado donde hacer sus cochinadas.

Guardo las cosas en mi casillero, ahora libre de insectos chupa cuellos, y cierro con la contraseña. Mi mejor amigo está cabizbajo, mirando su celular. Desde la escena, ha estado callado y no sé la razón. Evi parece notarlo y se pone a un lado, enganchando su brazo con el suyo.

―¿Qué te pasa, Peter Pan? ―le pregunta cariñosamente. La mención de su infantil sobrenombre lo hace sonreír un poco―. No me digas que te has vuelto a pelear con tu madre.

Niega con la cabeza. Aunque la señora Carla y él tengan sus choques, esta vez es una cosa diferente.

―Es que me enfurece que se haya perdido tanto el respeto a día de hoy.

Le doy la razón a eso.

―Por suerte todavía existen personas que sí lo tengan, como tú. ―lo alentamos.

Se recompone en un santiamén y se recarga en nosotras.

―Estoy tratando de evitar que Barb me mate. ―sonríe y yo le golpeo en el hombro. Levanta las manos en signo de rendición y me estira de la coleta.

Deseo deseo ©Where stories live. Discover now