#Ignorado

287 46 18
                                    

Mittchell


Suspiro profundamente y tamborileo el lápiz en la mesa. Apenas he podido concentrarme en lo que dice la profesora, lo cual no es tan inusual, pero esta vez por motivos diferentes. Bárbara me está evitando por todos los medios, incluso cruzó por delante de mí pretendiendo que no existo.

He intentado todo, llamarle, escribirle, disculparme con todas las palabras del mundo que signifiquen eso, pero no me deja acercarme. Es lógico. Mi palabra no tiene validez si no se lo demuestro. Pero ¿cómo? Aún no he hablado con ella seriamente, necesito encontrar el momento adecuado.

Para colmo de mis males, alguien carraspea frente a mí. Ya es costumbre que los maestros llamen mi atención así. Sin embargo, hoy no estoy de humor para desafiar la autoridad de nadie.

―Señor Raymond, ¿podría resolver el problema de la pizarra? ―pregunta con una sonrisa socarrona en los labios. La materia es Economía, pero no tengo la más remota idea en qué tema estamos, así que simplemente niego con la cabeza―. ¿Tiene usted el libro correcto? ¿Tiene siquiera el libro que precisa para mi clase? ―Hace énfasis en el pronombre, como si dar esta asignatura fuera algo de alto prestigio para ella.

―Lo lamento, señora Rosales. ―respondo y vuelvo a hacer lo mismo que antes.

―Tendré que ponerlo en su expediente. Más tarde hablaremos. Pida una hoja a su compañero y copie lo que voy diciendo si no quiere reprobar hoy.

Su amenaza vibra entre nosotros, y sé que es capaz de hacerlo. Ya lo cumplió antes, bajando mi promedio a cuatro, y por poco repito el año. Refunfuñando entre dientes, me doy la vuelta y encuentro a un chico que se me hace extrañamente conocido. Creo que lo he visto antes, tal vez le he jugado una mala pasada y ahora no recuerdo exactamente cuál. Él me tiende lo que la maestra ha pedido sin chistar y me reclino sobre mis brazos sin darle las gracias.

Estoy cabreado, sensible, ansioso y extremadamente enojado.

Salgo corriendo en cuanto la campana suena. Tengo quince minutos para buscar a Bárbara y convencerla de que hable conmigo. Le compraré chocolates, anillos, cualquier cosa, pero necesito que me escuche o estaré arruinado.

Veo a Peter en la lejanía. Está pendiente de su teléfono y tiene el ceño fruncido, más que otras veces. Puede que sea un hijo de puta, pero soy observador y no está celebrando nada. Todo lo contrario, parece que está triste y espera un mensaje importante. Tal vez de su novio.

Niego, tengo un objetivo fijado y debo encontrarlo.

―¿Dónde estás, nena? ―murmuro para mí mismo.

Como si la invocara, aparece saliendo del baño hablando con su amiga. Su larga cola de caballo se balancea en su espalda mientras ríe y palmea suavemente su hombro para tranquilizarla. Luego se separan y Evina entra en la clase mientras Bárbara sigue hasta su casillero.

―Hola. ―mi boca se abre y ella da un respingo―. Lo siento, no pretendía asustarte.

―¿Qué quieres, Mittchell? ―dice, cansada, apartando la mirada. La fija en el suelo, como si los puntitos negros y blancos fueran más interesantes que yo. En realidad, solo puedo dar vueltas cuando su boca pronuncia mi nombre. No es común que lo haga y causa algo en mí que no puedo describir.

―Solo saber cómo estás.

―Estoy bien.

Inconscientemente, baja aún más las mangas de su camiseta, tratando de cubrir uno de esos horribles moretones. La impotencia me carcome y cierro los puños contra los costados. Se nota en la forma que tuerce la boca que le duele, apuesto que tiene un remedio en su mochila.

Deseo deseo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora