No puede ser verdad

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Bárbara


No puede ser verdad. Esto sobrepasa los niveles de la ciencia y todas las novelas de fantasía que he leído. Sale completamente de los esquemas posibles en el universo, porque sí, Mittchell Raymond tiene la regla. La maldita o bendita regla, depende de cómo lo mires. Esa por la que obtuve mi sobrenombre particular. No soy capaz de contener la sorpresa y él lo sabe.

―¿Tanto te asusté? Estás pálida. ―pregunta, con su característico gesto burlón. Muevo rápido la cabeza, pero luego niego, contradiciéndome. Qué fuerte es esto...

Sé que he perdido todo el color en mi rostro debido a la noticia, porque no sé cómo actuar. Es decir, ¿qué se le dice a un chico totalmente confundido que tiene la regla de las mujeres? ¡Es súperdifícil, por no decir imposible!

Me aclaro la garganta antes de hablar, puesto que tengo miedo de que me tiemble la voz de los nervios.

―Ya te dije, ve al doctor ―Su expresión se contrae del terror―. No puedo hacer nada por ti, salvo no decirle a nadie. Ahora, llévame a mi casa, por favor.

Soltando el aire entre dientes, pone de nuevo el auto en marcha y sale hacia atrás. Espero haberlo convencido de que no fui yo la culpable de su problema, al menos por ahora. Nos subimos en un incómodo silencio, en el que él se limita a conducir y a gemir y yo miro por la ventana. Ansío acostarme en mi mullida cama y lamentar mi existencia leyendo algún libro.

Debo admitir que es raro estar con él sin que me lance comentarios hirientes. Casi podría jurar que no está aquí en el auto conmigo.

Cuando por fin llegamos a mi residencia, apaga el motor y le dirijo una mirada dudosa. No me ha dado el permiso de salir y eso me inquieta. Veo el desafío en sus ojos, la determinación, y sé que se aproxima alguna de sus clásicas amenazas, pero esta vez con razón.

―Si descubro que tienes que ver en esto, no habrá lugar en donde puedas esconderte. Te haré la vida imposible. ―dice con el ceño extremadamente fruncido.

―¿Más? ―inquiero sarcástica. Su semblante no cambia y me hace saber que habla en serio. Revoleo los ojos y señalo la puerta. Por fin fuera, lo observo, dubitativa.

―¿Tienes algo que decir?

Muerdo mi labio inferior, sopesando mis palabras. Sé lo que se siente, el dolor que te sube por las entrañas y te quita la respiración, el miedo y el asco constante de mancharte la ropa y que los demás lo noten. Trago y, decidida, le aconsejo:

―No tomes café y ponte paños calientes en el abdomen.

Y, sin darle oportunidad de agregar nada, agarro las llaves del bolsillo de mi mochila y entro.

Mi respiración es agitada y las piernas me tiemblan. Pero, ¿qué acabo de hacer? Le di el indicio de que estuve involucrada, aunque no de la manera que él cree. ¡Eres estúpida, Bárbara! Ahora no descansará hasta volver a verme, y me perseguirá hasta que se saque la duda.

Me entra la risa floja y me siento en el piso agarrándome el estómago, mientras repito hasta el cansancio:

―No puede ser verdad. Esto no está pasando.

Me muerdo el interior de la mejilla y hago a un lado mi bolso para tomar mi teléfono. Mi ser entero me grita que llame a Evi y se lo cuente, pero he hecho una promesa. Por más idiota que Mittchell sea, no me rebajaré a su nivel ni iré burlándome de su situación a sus espaldas. Eso habla más de mí que de él y yo no quiero ser así: una perra desalmada que le importa muy poco los demás. Se merece más soportar ese dolor que el acoso excesivo.

Me levanto y subo las escaleras rumbo a mi habitación. Dejo todas mis cosas sobre el escritorio, me cambio de ropa y me meto en la cama.

¿Quién diría que un simple deseo cambiaría las cosas? La noche del sábado, antes de quedarme profundamente dormida, pedí un deseo con una estrella fugaz. Estaba totalmente perdida en alcohol, seguro no sabía ni lo que decía, pero al final sucedió. Estoy en shock, aún no lo supero. Mierda, mierda y más mierda. ¿Por qué a mí? De entre todas las posibilidades en el mundo, justo esto me tenía que pasar. No, ese maldito deseo no podía hacerse realidad. Tenía que ser ese, no la saga de Charles Dickens ni un auto nuevito solo para mí. En mi defensa, diré que jamás creí realmente que pudiera bajarle la regla a mi peor enemigo. Lo deseé de verdad, quería que pagara por todo lo que me hizo y me parecía suficiente un castigo como aquél. Pero de desearlo a que se cumpla hay un paso abismal.

Absorta en mis pensamientos, no me doy cuenta de que mi celular está timbrando. Es una notificación de WhatsApp de un número desconocido.

De: Desconocido

Para: Mí

De esta no te salvas, Sucker. Te veré mañana. –M

Estoy jodida. Súper mega híper jodida. De esta no me salva ni Odín.

Ahora más que nunca anhelo que el mañana nunca llegue. Presiento que no saldré viva de la escuela, mucho menos con mi dignidad intacta.


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Hola bellezas, este es el último capítulo de la maratón. Intentaré actualizar más seguido, para no dejarlos tanto con la duda. ¿Qué les pareció? Dejenme comentarios, me encanta leerlos. 

¿Qué creen que pasará ahora? ¿Acaso Mittchell la enfrentará? ¿Qué le dirá Bárbara? 

¿Que piensan que Mittchell hará con su menstruación nueva? ¿Qué hará en la escuela? 

Hay muchas preguntas sin respuesta que prometo resolver en el próximo capítulo. 

Gracias por leer, espero que les esté gustando la novela. 

Un beso gigantesco. 

Euge.

Deseo deseo ©Where stories live. Discover now