Maldita sea, Raymond

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Bárbara


Mi corazón late con fuerza en mi pecho mientras salgo de la clase. No he podido concentrarme, y es algo raro en mí. Gracias a que Dios me tuvo piedad, el profesor no me llamó la atención. Antes de que se abriera la puerta, dijo que no pasaba nada, que todos teníamos días malos de vez en cuando. No sabe cuán de acuerdo estoy.

Todavía siento el hormigueo electrizante que subió por mi brazo cuando Mittchell me acarició. Puedo enumerar todas las veces que nos tocamos, como cuando su mano impactó en mi cara un enorme pastel de crema batida el día de los inocentes, o cuando me quitó infantilmente el libro que necesitaba para la asignatura del día y me tomó de la cintura para que no pudiera alcanzarlo. Todas esas veces no sentí lo que hoy. Fue más íntimo, desesperado, tierno inclusive.

Sacudo la cabeza. No puedo torturarme por una decisión correcta. Debí haberles puesto fin a esos intercambios mucho antes de pedir ese deseo. Gracias a Dios, nuestra cercanía jamás habría existido y mi año escolar no estaría completamente arruinado. Puede que su opinión al respecto diste mucho de la mía, pero me da igual. Hoy todo me resbala y espero que siga siendo así.

Llego al comedor escoltada por Evi, quien me estuvo hablando sobre un apuesto chico de un salón y que, como buena amiga, no estoy prestando atención. Sus manos se mueven, al igual que su boca, pero mis oídos están tapados. La explicación más cliché que encuentro en la de estar abstraída en un mundo paralelo, hasta que unos dedos se chasquean a centímetros de mi rostro, trayéndome de regreso a la realidad.

―Sé que parezco un disco rayado y lo que menos quiero es molestarte, pero sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿verdad? ―dice mi amiga, abrazándome los hombros. Asiento, lo que he hecho siempre, aunque a veces se vuelva difícil. Peter se une a nosotras antes de que atravesemos las puertas.

Estoy nerviosa. De lo que llevo de cursada en esta escuela, fui testigo de las miradas que las personas le dirigían a las víctimas de las humillaciones de aquel grupo, a mí incluida. Odiaba estar en ese lugar, por lo que entenderán cuando digo que me aterra la idea de recibir ese trato.

Mi voz mental me alienta. Suspiro con fuerza y me animo a mí misma a decir que sí. No me importará la manera en la que los populares se ríen de mí, cómo señalan las banditas que cubren los moretones y las magulladuras que la psicópata de su compañera causó. Claro que puedo mantener la vista al frente mientras todo eso ocurre a mi alrededor.

Peter me aprieta la mano, le sonrío y entramos. El bullicio me da la bienvenida y reprimo el impulso de ocultar mi rostro con mi cabello.

Los comentarios no tardan en aparecer.

―Esa es la chica que se coló en la fiesta de Violet.

―No me gustaría averiguar lo que haría si nos acercamos demasiado a su espacio de respiración.

―Pobrecilla, debió doler demasiado.

Y así hasta ocupar la mitad del recinto. Diviso a Mittchell sentado en su mesa habitual, rodeado por sus amigos. Se lo nota enojado y cansado, sus ojos inquietos vagando por todo el sitio hasta dar con los míos. Sus labios se abren y dice algo que no puedo leer, pero se asemeja a "lo siento". Me giro y sigo mi camino.

Definitivamente, no tengo gansas de enfrentarlo públicamente. Lo que me falta es que empiecen a decir que soy su novia a escondidas y que está Violet actuó como la buena de la historia al tirar mi autoestima al suelo.

Deseo deseo ©Where stories live. Discover now