Piernas sucias

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Bárbara


Me aprieto la nariz, intentando aplacar el olor nauseabundo. Procuro alejarme a una esquina, pero parece que me persigue. Me apoyo contra la encimera de mármol y observo atenta la puerta.

Oigo la voz de Peter del otro lado, sutil, muy sutil, hablando con mi posible futuro asesino.

―¿Dónde está? Sé que la ayudaste y que la llevaste a algún lado, así que dime dónde está. ―cuestiona con rabia. Mierda, Peter, improvisa, por favor. Quiero gritarle, pero me muerdo los labios con fuerza para retenerme.

Más te vale que no me vendas, Peter Matthews, o te juro que te voy a hacer la vida imposible.

Suena tan bien en mi cabeza que se lo voy a de escribir en mensaje de texto. No me despego de la pantalla hasta que la palomita azul aparece y escucho una leve risa ahogada.

―¡Te está mensajeando, ¿no?! ―exclama Mittchell.

―Escucha, Bárbara es mi mejor amiga. Le has hecho pasar por cosas horripilantes desde que llegó aquí, ¿y crees que voy a decirte que...?

―Está en el baño de mujeres, ¿verdad? ―lo dice con tanta obviedad que quiero ahorcarme a mí misma con la mierda del inodoro si es posible. Mientras, suplico para mis adentros que no lo diga.

―Sí...

Lo voy a matar. Hecho, decidido. Voy a cavarle una bonita tumba en mi patio y se la voy a adornar con florcitas y cosas coloridas. Le puedo poner velas aromáticas, seguro que le da ese ambiente de paz.

―Gracias. ―agrega y después escucho las rendijas crujir. Segundos después, veo el cabello rubio de Mittchell asomar. A la velocidad del rayo, me meto en el primer cubículo que encuentro.

Y, claro, como mi suerte es súper buena, me tuve que meter en el cubículo de la caca. No, pero si lo mío es de Óscar.

―Ya podrías ir saliendo, ¿no?

Pongo los ojos en blanco mientras abro la boca para respirar. La puerta está diseñada para que puedas ver los pies de la persona de adentro, así que, a menos que quiera que descubra dónde estoy exactamente, tengo que subir al inodoro. Y el hijo de puta no tiene tapa.

―Ya sé que estás aquí, Bárbara. ―sigue. Oigo que chasquea la lengua. ¿Por qué siento que me metí en la boca del lobo?

Será porque estoy allí.

Me tiene encerrada, puede empujar cualquier puerta y encontrarme. Me hará todas las preguntas que quiera y no podré resistirme.

Escucho cómo abre una puerta y ésta golpea contra la pared divisoria. Está justo a dos cubículos de mí. Muevo mi cuerpo hacia la derecha, apretujando mi espalda contra los azulejos.

En esta parte, yo les digo que él desistió y se fue, y yo por fin pude salir para irme a casa. Desafortunadamente, no pasó. Mi pie cayó en el retrete lleno de mierda y toda mi zapatilla, antes pulcramente blanca, quedó sumergida en el agua marrón.

―¡Puta madre! ―chillo asqueada. Al instante, la puerta se abre y aparece un Mittchell muy, muy enojado― ¿Qué carajos quieres?

―Respuestas. ―dice con simpleza. Me agarra de la cintura y, a pesar de que me opongo, consigue sacarme del cubículo. Zarandeo la pierna y minúsculos pedacitos de caquita quedan en el suelo mojado. Cualquiera creería que las mujeres son más limpias que los hombres, pero quienes entraron en nuestros baños, cambiaría de opinión en segundos.

Deseo deseo ©Onde as histórias ganham vida. Descobre agora