De urgencias en el baño

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Bárbara


Volver al colegio jamás fue tan difícil como en realidad es. Ausentarme dos días por enfermedad no es grave, pero por períodos más largos es todo un reto. He admitir que, sin los apuntes de mis amigos y de Mittchell (sí, toda una sorpresa), no habría entendido un comino. Agradezco también mi memoria, lo que me ayuda a grabarme todo lo que creo necesario, y más, para mi desgracia.

Ahora mismo estoy en mi clase de Arte. Me gusta pintar, he mejorado mucho con el pasar de los años. La consigna es dibujar lo que has sentido en los últimos días. He dibujado un cielo anaranjado, sombreado ligeramente por pintura blanca que se asemeja a nubes. Luego, con un pincel más finito, redondeo la cabeza, perfilo un puntito que hace de nariz. Extiendo sus manos, que agarran a un bebé. En la lejanía, perdiéndose en el horizonte, un barrilete. En la esquina de abajo izquierda le pongo el nombre: "Paz anaranjada".

―Es precioso, Bárbara. Bien hecho. ―dice la profesora cuando pasa a mi lado. Palmea mi hombro con cariño y me recuerda que debo hacer mi firma.

Tomo el trazo más fino de todos y pongo una b larga y una s entrelazadas. Por último, le hago un arco debajo que termina en una estrella.

Las puntitas parecen gritarme: Mittchell, deseo, ayuda.

Es casi como un presentimiento, pero mi cabeza se gira hacia la ventana en el momento exacto en el que un adolescente desesperado aparece por ella. Sostiene su mochila cerca de sus partes bajas y me señala el baño. Diablos.

―Señorita, tengo que ir al baño. ―me disculpo y, antes de que pueda objetar, salgo con mi bolso completamente abierto.

Agarro a Mittchell del brazo y lo arrastro al primer baño de hombres que hay en el piso. Cierro con pestillo y dejo que se apoye en el lavabo. Está pálido y ojeras moradas aparecen debajo de sus ojos. Se ve enfermo y preocupado.

―¿Te encuentras bien? ―pregunto. Sus ojos color tormenta me fulminan y mis manos comienzan a temblar. Las gotas de agua se aferran a sus pómulos y pestañas, pero su aspecto no mejora. ―Ok, será mejor que te sientes.

Lo hace, bajando la tapa de un excusado. Se apoya contra la pared y la golpea con el puño, frustrado.

―Relájate. No funcionará si te alteras.

―Dímelo tú. Eres la experta, ¿o no?

―Aprendo sobre la marcha, ya te lo dije. ―murmuro―. ¿Traes las compresas que te di?

―Me las dejé en casa. No sabía que ocurriría hoy. ―respondió.

―Nota mental: siempre ten unas de repuesto, por las dudas, y lleva la cuenta de los días. Así podrás saber o aproximarte al próximo ciclo.

Busco en las escasas provisiones que tiene el lugar. Está limpio, pero obviamente no tiene lo que necesitamos. Suelto una maldición. Ni todas las rodajas de papel higiénico del mundo pueden ayudarlo.

Se me ocurre una idea.

―¿Confías en mí? ―le digo, recargándome contra la puerta. Él sonríe de manera torcida.

―No tengo opción.

Cierro con fuerza y él pone la traba del otro lado. Le pido que me pase su mochila y la vacío en el suelo celeste. Caen pocos libros, que puede guardar en su casillero más tarde, un par de bolígrafos y condones.

Deseo deseo ©Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt