¿Empezar de cero?

132 23 8
                                    

Mittchell


A la mañana siguiente, el sol está en el punto más alto, y no me siento para nada diferente. Me estiro hasta la mesa de luz y reviso la notificación de la flor rosada. Dice que tiene que venirme hoy, hasta entonces he sido bastante regular siguiendo el calendario, pero ya no tengo dolores. Extraño.

Le envío un mensaje a Bárbara, aunque dudo que esté despierta dado que son las siete de la mañana. Me he puesto el recordatorio para chequearlo antes de que Desmond o mi padre irrumpieran en mi habitación.

Para: Cerecita

¿Estás despierta? Creo que está funcionando.

Pasan apenas unos pocos segundos hasta que aparecen las dos tildes azules.

De: Cerecita

Estoy muriendo de dolor. No quiero hacer nada.

Suspiro profundo y me toco el vientre. Nada, ni una señal de que yo esté próximo a mi muerte del mes. Le envío otro texto de muchas caritas sonrientes y confeti y me levanto de la cama.

Me cambio con rapidez, sin quitar la sonrisa de mi rostro. Por fin me siento como el mismo de antes, pero diferente de cierta manera. Cuando termino de abotonarme la chaqueta y tomar el gorro de lana, me detengo. ¿Qué voy a hacer ahora?

Los últimos meses, mi vida se resumió en ver a Bárbara, molestarla un poco menos de lo normal, estudiar con ella, descubrir copas menstruales y cualquier método que sirviera para contener la hemorragia, tomar píldoras y ver dramas de televisión. Creo que he pasado más tiempo con ella que con mis propios amigos. ¿Qué dice eso de mí? No tengo ni la más puta idea.

Decidido, bajo al comedor vacío y pido su favorito de siempre. El mismo camarero del otro día me atiende, con un repasador entre sus manos. Me entrega el pedido, yo agrego una caja de chocolates. El hombre me dedica una mirada sospechosa, como si supiera a quién se la daré. Yo le sonrío, como diciendo que es exactamente lo que voy a hacer, y me alejo después de pagar el total.

Subo las escaleras rumbo a la habitación de Bárbara. Sé que sus amigos están en las habitaciones contiguas y no quiero hacer ruido para despertarlos. Sería bastante incómodo que me encuentren aquí, con una caja de chocolates y dos cafés, especialmente después de la amenaza de Evina en los pasillos de la escuela semanas atrás. Por la forma en la que se dirigió a Violet, sé con certeza que no se contendrá conmigo.

Por fin, Bárbara abre la puerta. Está enfundada en un salto de cama afelpado y sus ojos están entrecerrados, como si hubiera tomado una siesta de dos segundos y se hubiera despertado recién.

―Buenos días. ―saludo. Ella no sonríe, pero deja que pase. Cierra la puerta y se tira de panza a la cama―. ¿Así de mal, eh?

Suelta un gruñido que bien podría pertenecerle a un león de montaña y yo dejo lo que he traído en la mesa de luz, donde hay unas pastillas. Saco una y se la extiendo junto con la bebida.

―Uhmn, cafeína. ―gime ella. Se mete bajo las mantas y se tapa hasta la barbilla, no sin antes palmear el costado libre como una invitación―. Gracias.

―No hay de qué. ―murmuro. No estaba seguro si era correcto hacer esto, las cosas siguen tensas entre nosotros a pesar de lo que hablamos el día anterior. No me ha perdonado todavía, no puedo exigirle que lo haga, tomará tiempo. Y yo quiero esforzarme por ser la mejor versión de mí, ella se lo merece después de tanto tiempo en silencio. Merece mi explicación y mi tiempo.

Deseo deseo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora