La fiesta más horrenda de la historia

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Bárbara


Muchas veces me he cuestionado el sentido de las promesas. ¿Por qué son capaces de romperse con tanta facilidad? ¿Por qué hacen que todo sea más difícil cuando lo inicial era hacerlo más fácil? ¿Por qué yo soy incapaz de romperlas? Y ahí comienza el círculo infinito en el que lamentaba haber abierto mi bocota y que el peso de mi decisión cayera sobre mis hombros como si estuviera cargando un troll.

¿Un tal vez se malinterpreta como un sí? Yo no lo pienso de esa manera, en realidad es como "me lo voy a pensar", pero, al parecer, Mittchell no lo tomó así.

Apenas llegué a casa en compañía de mi madre, recibí un mensaje de texto suyo diciendo cómo sería la cita. En un principio, quise estrellar el aparato en toda su cara. Ese chico no ha tenido citas serias en su vida, porque jamás se dicen esas cosas. La magia se mantiene si no se revela el destino, o eso es lo que me han enseñado los libros, pero es Mittchell Raymond. ¿Qué puedo esperar?

El maravilloso plan, digo esto con tintes exagerados de sarcasmo, es ir a una fiesta en donde, desafortunadamente para mí, estarían todas las malditas que disfrutan riéndose a mi costa. Sobre todo, su reina, Violet. Cuando vi la dirección y comprobé la ubicación en Google Maps, me descubrí a mí misma buscando cualquier excusa para no asistir.

Así he pasado las dos últimas horas.

No quiero asistir a un evento en el que no soy bienvenida. Estoy segura de que, apenas me vea poner un pie en su impoluta mansión, Violet vendrá a sacarme a patadas. O llamará a la policía diciendo que es un allanamiento de morada, es tan exagerada que es una posibilidad. Ni siquiera me molesto en contestar el mensaje, me quedo mirando el techo con las manos unidas en el regazo.

Hace un rato, mamá me trajo una sopa deliciosa y un vaso con agua. Me besó la cabeza y me dijo que estaría abajo por si necesitaba algo. En vista de que no volvería al trabajo, sacó la computadora que siempre tiene en la habitación y la puso en la mesa del comedor. También avisó a papá, pero él no puede dejar su puesto. Lo entiendo, de todas formas, no pueden hacer mucho por mí.

No pasa mucho tiempo hasta que recibo una llamada de mi mejor amiga. Inspiro profundo, preparándome para su parloteo.

―¿Hola?

―¡¿Se puede saber dónde te metiste?! ―grita Evi del otro lado de la línea. Me aturde tanto que debo alejar el celular de la oreja.

―Qué pulmones tienes, mujer. Estoy bien, estoy en casa.

―¿Y por qué no nos avisaste?

―Porque estaba en el baño, expulsando mi estómago por la boca. ―contesto con obviedad.

Suelta una retahíla de palabrotas que, como diría mi abuela, no son de señorita. Ruedo los ojos al cielo en cuanto menciona lo celosa que está porque se lo dije a Mittchell y no a ella. Le digo que no tiene nada que ver con que lo quiera más a él, creo que se pasó en eso.

―Frena un poco, por favor. ―suplico y ella, milagrosamente, se calla―. Me ayudó y ya. Si no fuera por él me hubiera quedado en la escuela.

―Por lo menos te trató bien. Es la primera vez. ―dice con ironía. Una risa brota de lo más profundo de mí.

―Agradece el gesto y listo, Evina. No te matará.

Ambas reímos y, unos segundos después, me dice que tiene que colgar porque entra a su siguiente clase. En estos momentos, odio no compartir aula con ella, no puede pasarme los apuntes. Supongo que tendré que hacerlo yo sola o pedirles ayuda a mis maestros.

Deseo deseo ©Kde žijí příběhy. Začni objevovat