Violet

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Bárbara


Resisto el impulso que tengo de darme la vuelta y estamparle el puño en la mandíbula, pues sé bien que eso me traería problemas.

Las zorras plastificadas están a mis espaldas, riendo a lágrima viva y sosteniendo sus estómagos con fuerza. Lo curioso es que casi nadie les sigue el rollo, y eso es algo que agradezco en silencio.

―¿Te bañaste? ―dice Violet, antes de soltar otra carcajada. Inevitablemente, mis ojos se encuentran con los de Mittchell. Hay una mueca divertida en sus labios carnosos y sus amigos parecen disfrutar de la función. Cómo no, si seguramente fue su idea.

La puerta del comedor se abre y entra el profesor Calvin. Sus pobladas cejas se encuentran unidas por lo fuerte que frunce el ceño y camina hacia nosotras. Muchas chicas se derriten a su paso, incluidas las idiotas que tengo detrás. Cierran el pico cuando está a centímetros de nosotras y lo contemplan con deseo y admiración. Él me aparta suavemente del camino y toma la botella de plástico vacía de la mano de la pelirroja para tirarla en el basurero más cercano.

―A dirección, ahora mismo.

En otras circunstancias, me habría aliviado, ya que su gesto era genuino, pero Violet es hija de un importante productor de Hollywood. La directora no les dirá nada porque la tienen comprada con dinero, mismo que usa para darse unos gustitos personales y para mantener a la escuela. Probablemente el castigo máximo será ordenar los libros de la biblioteca y ya está.

Refunfuño mientras me aparto el pelo de los ojos. Me había tirado una gaseosa y ahora sentía todo duro y empastado. Genial.

Evina viene hacia mí y me quita el colero de la muñeca para atármelo detrás de la espalda.

―¿Estás bien? ¿Necesitas que llamemos a alguien? ―me pregunta Calvin. Niego, desesperada, intentando tranquilizarlo. Nos deja ir para que vayamos al sanitario a cambiarme.

Peter nos sigue, lanzando dagas a los inútiles aquellos, que siguen riendo como si hubiera sido el mejor chiste de la historia.

Ahora el problema es: ¿qué ropa me pongo?

Hoy a las cuatro haré las pruebas para entrar al equipo de handball del colegio, uno de los tantos deportes que hay y de los cuales poseemos un estelar equipo. Se supone que tenemos nuestra ropa preparada en los vestidores del gimnasio, pero no podemos ir hasta que sea el horario. Está cerrado con llave o candado para evitar robos y otras políticas. No negaré ni afirmaré nada, pero algunas fueron impuestas por los hormonales que no podían mantener sus cremalleras cerradas.

―Dios, ¿qué rayos te tiró? ―pregunta Peter. En mi camisa pulcra hay un manchón morado y está pegado a la piel de mi pecho. Puedo notar el inicio de las copas de mi sujetador. Mis mejillas se colorean de vergüenza. ¿Mi profesor y el alumnado entero me ha visto en esas fachas? Creo que ya he vivido todo.

Evi acerca la nariz y huele.

―Debe ser una clase de bebida de arándanos.

Lo que me faltaba. No podré quitarla y me veré obligada a llevar esa sucia blusa el resto del día.

―¿Qué voy a hacer?

Ella gira los ojos al cielo y nos adentramos en el baño de mujeres. Pete se queda afuera, haciendo guardia como un guardaespaldas.

―Veamos si podemos reducirla o quitarla.

Deseo deseo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora