Amores que matan

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Bárbara


Luego de la comida, me excusé para ir a lo de Peter. Mittchell se ofreció a llevarme, pero le agradecí y le dije que iba a encontrarme con Evi para ir juntas. Le di un saludo de puño de Iron Man antes de irme, prometiéndole que hablaríamos en la noche, porque, de alguna manera, ya no podía dormir sin haberle enviado un texto.

Estaba pensando en eso cuando cierro la puerta del coche del taxi que comparto con mi amiga. Ella le da la dirección y el hombre se pone en marcha. Me ha hablado sobre el chico de antes, que finalmente ha enganchado completamente, y que ahora se mueve a la siguiente fase de su plan. Las listas inmensas de pasos me marean. O no son suficientes, o son mucho más de lo que ella está acostumbrada.

Gracias a Dios que no tengo que preocuparme por esas cosas.

―Oye, baja de Babilonia. Ya hemos llegado. ―me chifla. Le pagamos al chofer y bajamos en el camino de entrada.

La casa de Peter está un poco lejos de la ciudad. Tenemos que entrar por un camino de tierra hasta su casa, blanca con tejas anaranjadas y de dos pisos de altura. Él está en el porche, encorvado sobre una pieza de mecánica que debe pertenecer al tractor de su vecina, que siempre se descompone. A su lado descansa un vaso de lo que parece ser jugo. No veo señales de su madre por ningún lado. Por la hora, seguramente esté trabajando todavía.

Peter nos sonríe cuando alcanzamos los escalones y nos dejamos caer a su lado. Me desabotono completamente la camisa, quedando en camisola y mi pollera. También me quito los zapatos y me pongo en posición de indio.

―¿Cómo estás? ―pregunto, con una sonrisa amplia, pero al mismo tiempo con tacto.

―Ocupado. ―extiende las manos engrasadas, que se limpia con un trapo que sobresale del pretil del pantalón―. Es una buena manera de no comerme la cabeza.

Me muerdo el labio inferior y retuerzo mis dedos.

No sé qué decir. Usualmente, soy la que empieza las conversaciones más complicadas, y Evi es la que trata de incluir algún que otro chiste para sacar sonrisas. Ahora, mi mejor amiga parece haberse puesto una máscara de imperturbabilidad que no sé cómo manejar, y ver los ojos de Peter, rojos e hinchados, no me ayuda mucho.

Me trueno la espalda en un intento para aliviar la tensión de mi cuerpo.

Nunca he lidiado con una situación de esta magnitud. Temo decir algo incorrecto, que se ofenda y no me hable nunca más. Es decir, ¿cómo ayudas a tu amigo que aún no ha salido del clóset a superar sus miedos y reclamar el amor que se merece, sin lastimar a su familia ni a sí mismo? Es imposible. No puedes no lastimar a nadie. Y sé que esa es la parte que más le pesa a Pete.

―¿Y tu madre? ―opto por decir, para hacer algo de tiempo.

―No creo que vuelva para la cena.

―Bien, podemos hacer maratón de películas sin que nos reprendan por las escenas para mayores. ―bromeo.

Evi hace un ruido de aprobación y Peter asiente, apenas entusiasmado.

Tengo que decir algo, maldita sea.

―¿Has hablado con Adam?

Instantáneamente, quiero golpearme la cabeza contra la pared. Evi me mira con expresión asesina a lo que yo alzo los hombros.

―Sí.

―Oh, y... ¿qué te ha dicho?

―Básicamente, que arregle mis mierdas porque no quiere estar con un chico como yo, problemático e inútil.

Deseo deseo ©Where stories live. Discover now