Problemas en el paraíso

137 27 0
                                    

Bárbara


Las semanas pasaron tranquilas y el comienzo de vacaciones está cada vez más cerca. Evi y yo conseguimos unas buenas promos para ropa de invierno y botas. Lo que más nos costó fue reponer el inventario que nos faltaba del año anterior. Como, por ejemplo, los esquíes de Evi. Se habían roto, partido, en realidad, cuando ella se desvió por una curva peligrosa y acabó medio enterrada en la nieve. Eso la dejó con dos fracturas, una en el brazo izquierdo y otra en el tobillo, que la sacó del juego durante todas las vacaciones.

Con respecto a Mittchell, él solo se borró de la faz de la tierra para mí. Cuando nos encontrábamos en los pasillos, fingía que no existía, aunque podía sentir la mirada fija de esos ojos color tormenta siguiéndome a todos lados. Cuando se paraba a mi lado, sea intencional o a propósito, pretendía que era otra persona. En esos momentos era cuando más me costaba respirar y recordarme a mí misma que llorar sería en vano.

Todos los días lo veía irse con Violet. El auto de ella, completamente reparado ahora, mostraba una calcomanía en el maletero de un corazón rojo sangre. Lo cual era, totalmente, una indirecta.

No sé qué hacían cuando dejaban el ojo público. No sé hasta dónde se extiende ese trato suyo o si ella cumplió lo que prometía con respecto a guardar nuestro secreto. ¿A qué costo?, quería preguntarle siempre que lo veía, pero las palabras se quedaban atoradas en mi garganta.

Si tan solo me explicara, si dijera lo que en verdad está pasando, tal vez yo podría encontrar un hueco en mí para entender. Sin embargo, con el pasar de los días, pierdo más y más esa esperanza. El tiempo corre, el fin de curso se cierne cada vez más sobre nuestras cabezas, y yo no voy a esperar para siempre.

Resoplo, distraída. Por primera vez, no logro concentrarme en este examen. No cuando él está en el asiento detrás de mí, taladrando mi nuca cada dos por tres. En otro tiempo, tal vez me pediría ayuda y yo le contestaría que ni loca me metería en problemas por él. Semanas atrás, habríamos estudiado juntos antes, nos habríamos sentado en la puerta del salón y yo lo habría tranquilizado mientras le decía que podía hacerlo. Parece que pasaron años.

Trago saliva mientras redondeo con mi lápiz la opción B de la pregunta cinco. Paso a la siguiente. Solo son doce. Doce preguntas que ya tendrían que estar respondidas con seguridad y yo levantándome para dejar la hoja en el escritorio de la profesora.

―Bárbara... ―susurra. Su aliento en mi cuello me hace cosquillas y lucho para no retorcerme―. Bárbara...

No me está llamando. Está hablando para sí mismo.

―¿Qué haría Bárbara? ¿Qué haría ella?

Balbucea nervioso, como si estuviera por sufrir una crisis nerviosa en cualquier momento.

Resisto la necesidad de echar mi mano hacia atrás para envolver la suya, apretada en un puño.

Su respiración se vuelve irregular y sus pensamientos en voz alta se vuelven cada vez más acelerados.

Golpea la mesa con las manos, se levanta y sale corriendo por la puerta.

―¡Señor Raymond! ―grita la profesora, pero él no la escucha.

Mis piernas tiemblan, quiero correr detrás de él y preguntarle lo que está mal. Quiero sostenerlo si quiere llorar, porque nunca lo he visto tan fuera de sí mismo. Quiero estar ahí para él, pero eso... Eso quedó en el pasado.

Deseo deseo ©Where stories live. Discover now