Bibidi Babidi Bú

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Bárbara

Ya es el cuarto día de estadía y estoy preparándome para otra excursión. Esta la hacemos solo Peter, Evi y yo. Sus respectivas parejas prefirieron quedarse descansando a la luz del fuego, alegando intolerancia al frío. Yo digo que son cobardes.

―Estoy que ardo. ―dice mi amiga mirándose al espejo. Lleva cuatro suéteres de la gama violeta y una de esas bufandas circulares ancha en color negro. Sus botas de montaña incluso tienen colores brillantes que, casualmente, combinan con su look.

―Lo estás. ―admito.

Me acomodo la camiseta dentro de los pantalones térmicos y me pongo dos chaquetas y el anorak encima. Peter está sentado en la silla a mi lado, jugueteando con el cierre de su campera. Tiene el gorro subido sobre las cejas y tamborilea los dedos, impaciente.

―Se hará tarde. Tenemos que irnos. ―rezonga.

―Sí, Pete, te oí las otras cinco veces que lo dijiste. ―se burla mi amiga que está aplicándose bálsamo de labios. Donde vamos el clima es cruel, aunque es el mejor clima para hacerlo, lastima la cara, en especial la boca.

Elena y Craig nos confirmaron la salida hace tres horas, a las seis de la mañana, lo que nos sitúa a las nueve y media. Las motos ya están aparcadas fuera, esperando para que nos subamos a ellas.

―¿Has hablado con Mittchell desde la última vez? ―me pregunta Evi. Yo hago que no con la cabeza. Después de ese episodio en su habitación, ni una palabra salió de mi boca. No lo busqué, no lo llamé, ni le dirigí una mirada. Tal vez eso me hace una maldita insensible luego de todo lo que me ha dicho y por lo que ha tenido que pasar. Es solo que aún me estoy haciendo a la idea.

De todas maneras, en mi calendario menstrual se está acercando la fecha en la que ambos sufriremos el Andrés. A veces se adelanta un poco, he aprendido de mi lección y estoy preparada, quizá demasiado. Si él necesita mi ayuda, no dudaré en brindársela.

Como siempre lo he hecho desde que inicié este lío.

―¿Estás un poco más cerca de romper la maldición? ―dice Pete, moviendo los pies de manera rítmica. Evi le da una mirada de reproche, pero él no para de golpear.

―No. Ni siquiera sé cómo se rompe algo como esto. ―respondo. Apenas me he parado a pensar en lo que significa que la estrella me haya concedido ese deseo. Pura suerte, u otra cosa, qué voy a saber yo. Ahora, cada vez que miro al cielo, mejor me quedo callada, vaya una a saber lo que pasaría esta vez.

―¿Y no buscaste ayuda con brujas? ―acota Peter, rendido. Ya se ha dado por vencido en apurar a Evi y ella está agradecida y divertida por ello.

―¿Brujas? Nah. Esas cosas no existen. ―dice mi amiga, acomodándose por, espero, última vez su melena.

―Y a un hombre le bajó la regla.

―Punto para ti.

Tomo mi equipo y salimos al frescor de la mañana. No decimos nada más, pero sí me deja pensando. Si una estrella concedió mi deseo, ¿qué me asegura que las brujas y las hechiceras no existen?

Sacudo la cabeza. No lo resolveré hoy. Con el ánimo renovado, corro hacia mi motonieve, me monto y la enciendo. El ronroneo del motor contra mis piernas me hace sonreír. Sé que, una vez que la ponga en marcha, me dará un subidón de adrenalina imposible de contener. También sé de sobra que mis amigos se pasan de la raya en cuanto a la velocidad, lo que varias veces nos costó moretones.

Deseo deseo ©Where stories live. Discover now