Deseo deseo

419 69 28
                                    

Bárbara


Las botellas de vidrio yacen tiradas bajo la tumbona, desparramando los últimos vestigios de líquido en el suelo gris. Estoy tan borracha que, si me levanto ahora, me caeré por el borde y me moriré, o le rompo un hueso a alguien, a ver qué pasa primero. Tengo un mareo que jamás he sentido en toda mi vida y parece que voy a expulsar todo el contenido de mi estómago por la boca, pero mi organismo decide quedárselo un poco más y alargar mi sufrimiento.

Como escuché en una película, me convertí en lo que juré no ser nunca: una adolescente irresponsable que cedía al alcohol al primer minuto. Daba vergüenza. Igualmente, en mi defensa, diré que la semana que he atravesado ha sido la más difícil en todos los años que llevo cursando en el colegio.

Me atizo el pelo hacia atrás y me incorporo en la silla. Me refriego los ojos e intento calmarme. Miro el cielo con fijeza, al hermoso firmamento empapelado de estrellas...

¿Por qué rayos estoy hablando como poeta?

Sin embargo, es cierto que transmite cierta paz. Aunque en mi estado ebrio, el mundo está desestabilizado. ¿Una estrella me saludó? Porque juro que acabo de escuchar "Bárbara, ¿eres idiota, o qué?"

Me río, es inevitable no hacerlo cuando me siento tan estúpida. Probablemente, la que gritó eso fui yo misma, la parte de mi subconsciente que no se emborrachó que intenta traerme a la realidad a jalonazos de cabello. ¿Por qué será que el alcohol idiotiza a las personas? O bueno, más de lo normal. No se me ocurre una explicación médica, pero qué voy a saber yo de medicina y ciencia si ahora lo que puedo pensar es en si hay un caballo o una pelota en una constelación inexistente.

Bostezo y noto los mechones de mi pelo húmedo pegarse a mi nuca. Tengo un sueño tremendo, siento que se me cierran los ojos, pero sería imprudente de mi parte quedarme aquí, a merced de cualquier alma sombría que quiera arrastrarme a su infierno.

De hecho, me sorprende que Mittchell no me haya encontrado. Creí que, después de aquellas palabras, me habría buscado y dicho mil más, porque el chico tiene una imaginación increíble, pero aquí sigo, sola solín solita como diría mi buen amigo de la Era de Hielo. Que en paz descanse.

Tanteo el suelo, buscando la botella de vodka. Le queda un culito todavía, esperando a que lo beban, pero no seré yo. Así que, aguantando la risa, vacío el contenido por el borde del balcón. Me siento como una niña haciendo travesuras y no puedo evitar doblarme en dos cuando alguien grita enfurecido:

―¡Me cago en mi madre!

Y yo, completamente ida, grito de regreso:

―¡Pues pobre de tu madre!

Cuando creo que me voy a mear de la risa al imaginarme la cara del tipo, vuelvo a fijar mi vista arriba. Me quedo seria y me muteo, como si hubieran apagado el televisor, y pienso...

¿Por qué, vida, no me dejaste darle a Mittchell?

Vuelvo a reír. Sep, estoy totalmente bebida. No lo niego, me habría encantado vaciar una botella entera sobre ese ser de Lucifer. Me quedé con ganas de más. Ay, eso sonó sexoso. Imaginarme en ese contexto con ese hijo de su mamita me pone los pelos de punta del horror. Esa parte de mi cabeza, la que admite que el muy tarado es apuesto, no duda que esté bien dotado en ese aspecto, pero la parte racional se da mazazos con un bate de béisbol lleno de clavos.

Masajeo mi estómago. Duele como si me clavaran miles de astillas. Solo a mí se me ocurre beberme tanto veneno con Andrés de visita. Para mi mala suerte, el muy maldito suele alargar su estadía en mi pobre útero por varios días, de modo que mañana, sumado a la resaca, me volveré un demonio hibernador.

Deseo deseo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora