Capítulo 50

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Rubén se mantuvo mirando fijamente hacia aquel lugar que le recordaba su época de estudiante. Buscaba a alguien en especial y cuando la encontró sin dificultad, apretó la mandíbula sintiendo el calor y el hormigueo en sus manos.

Estaba incómodo.

Él era Guillermo, ¿no es así? Aquel chico que la había molestado antes, y ahora estaba hablando con Paola como si fuesen amigos de toda la vida. ¿Acaso era eso lógico? Meses antes, había sido ella misma quien se había quejado de que ese chico la hartaba. ¿Ahora podían hablar como si nada hubiese pasado?

El teléfono le vibró en el bolsillo de su pantalón y, chasqueando la lengua, contestó.

—¿Qué?

—¿No puedes, al menos, ser un poco más amable? —El de lentes bufó—. Joder, como si tu día estuviese de la mierda.

—Mangel, dime lo que necesites ahora: estoy ocupado. —El pelinegro guardó silencio y entrecerró los ojos.

—¿En dónde estás?

—¿Para qué quieres saber eso?

—Solo dímelo, ¿dónde estás?

Rubén apretó el volante del auto, miró para todos lados y suspiró sin saber qué decirle.

Vale, confiaba en su amigo, pero con respecto a esto no quería decírselo. Ya sabía lo que iba a decir, no quería escuchar un maldito comentario que le pusiera de más mal humor. Más de lo que ya se sentía en este momento.

—En el auto.

—No es eso a lo que me refería —contraatacó el otro.

—Lo sé, pero es lo único que te diré por ahora —Rubén despeinó su cabello, impaciente—. Dime lo que necesites. Tengo que hacer algo después de colgar.

—Vale —Mangel suspiró—, ¿recuerdas que diste mi número como respaldo en caso de que no pudieran contactarte a ti? —A pesar de que Rubén no contestó, el pelinegro siguió—. Acaba de llamarme el dueño de la casa que compraste: casi está lista, solo quiere que vayas a verla y revises todo el lugar en caso de que haga falta o quieras añadir algo más antes de terminar. Tienes que ir lo antes posible. Dijo que te llamó repetidas veces, pero tú ni siquiera respondiste el teléfono.

—No puedo ir ahora, ¿por qué no avisó unos jodidos días antes?

—No mencionaste que estarías ocupado de cualquier forma. Si fuese mi decisión, iría ahora mismo, ¿no dijiste que era urgente el mudarte porque se te estaba acabando el tiempo? —Rubén bufó refregándose sus ojos con frustración.

Bien, en eso tenía razón.

—Vale, ya me pondré en contacto con él para programar la hora —frunció el ceño—. Gracias, Mangel, te debo una...

Sonrió de lado, aunque más que una sonrisa, salió una mueca. Sus ojos no se despegaban de esa pareja.

¿Pareja? Mis cojones. Ellos no son una jodida pareja.

—Por cierto, ¿cómo ha estado Paola? Fui con mis padres y no la he visto desde ese día ni le he preguntado cómo está. ¿Está bien?

—Qué bueno que no le hayas mandado nada, de todos modos, ella no tiene que contestarte.

—Vale, eso sí que no me gustó —rio nervioso—. Suenas como un loco posesivo.

—Sabes que no lo soy.

—Sí. —Guardaron silencio de nuevo.

Mangel no sabía qué decir, además se sentía inquieto. El pecho le molestaba con algo de lo que ya conocía. Tenía la errónea idea de que esta vez podría ser diferente.

VIGILADA |RDG|Where stories live. Discover now