Capítulo 54

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¿Amaba sentir las mariposas en el estómago? ¿Anhelaba de pequeña tener una historia de princesas en el que todo terminaba feliz? Con una hermosa chica siendo la protagonista, ser rescatada por el príncipe en su caballo y vivir felices para siempre.

Como Ariel con Erick.

Como La Bella Durmiente con su rey.

Como Blancanieves viviendo feliz con su príncipe.

Sin embargo, no todo era color de rosa. No cuando un falso final era lo que obteníamos y el verdadero se escondía, evitándolo hasta ser enterrado.

Un final con Ariel suicidándose al no haberse casado con Erick.

Con Aurora siendo abusada por el príncipe y, al final, contrayendo matrimonio con el mismo que la había herido, despertando de su profundo sueño dando a luz a hijos, producto de ese acto tan inhumano.

Y Blancanieves... Convirtiéndose en esposa de un hombre adulto cuando ella apenas tenía 14 años.

La vida no era un cuento de hadas y estaba lejos de serlo. Estábamos en la realidad, esta era nuestra vida, así que... ¿cuál sería el final de mi historia, en el cual no estaba ni de cerca de ser una princesa y Rubén, no era tampoco el príncipe azul que todas deseaban?

Debía pasar página. No era el fin el mundo, solo un pequeño cambio de capítulo el cual debía seguir escribiendo con una sonrisa en los labios y sin arrepentimientos.

Porque no me arrepentía. Yo quise esto. Yo quise a Rubén.

Y lo sigo queriendo.

—Gracias... —susurré en medio del silencio una vez el auto se detuvo delante de mi edificio. Rubén apagó el motor, su vista fija al frente.

Podía escuchar mi corazón palpitando con fuerza, el hormigueo en mis manos y la presión en el pecho.

Esto... Era... Bastante difícil.

—Yo...

—No digas nada —me interrumpió sin mirarme—. No es necesario que digas nada más. Si vas a irte, no quiero escuchar de ti una despedida. Solo baja del auto y sigue tu camino. No te lo voy a impedir. —Mordió con fuerza su labio y solo ahí supe lo mucho que le costaba hacer esto.

Aguanté la respiración tanto como pude para evitar que las lágrimas resbalaran de mis ojos, pero fue en vano. Las cascadas me derrotaron y el ardor en mi garganta me cortó la respiración. Fuese lo que fuese, estos meses estando con Rubén no fueron el sueño o el paraíso de una persona, pero fue real. Él y yo, independientemente lo que se convirtió al final, éramos solo nosotros dos, entregando lo que podíamos y recibiendo lo que nos dábamos. Todo siendo puramente del corazón.

Rubén, además, era también una persona. Yo había idealizado al chico que se mostraba en cámara, en aquellos videos que me hicieron reír en mi peor momento y me hicieron aún más feliz en ciertas partes de mi vida. Pero Rubén también podía tener altos y bajos...

Ser lo que jamás creí que sería.

—Tienes razón, Paola. Todo lo que dijiste antes. La obsesión, el capricho... Como quieras llamarle —asintió levemente—, tenías razón. Lo que teníamos solo era una bomba de tiempo que explotaría en cualquier momento. Esto estaba destinado a terminar.

Todo el aire que tenía en mis pulmones salió, un cubo de agua helada paralizando mis huesos y acalambrando mis músculos. Miré mi mano que sostenía la puerta y asentí, abriéndola por fin. Una ráfaga de viento me erizó la piel por completo así que, saliendo, evité mirarlo.

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