Capítulo 40

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Los siguientes días después de lo que Guillermo nos había contado, no fueron muy interesantes: los rumores y chismes seguían entre el colegio, de hecho, habían tomado más fuerza. Me seguían mirando como si fuese un bicho raro o una pecadora que había invocado al Diablo, también me llamaban de todo, pero bueno, ¿qué podía hacer? No quería contestar a esos comentarios cuando podrían malinterpretar; tampoco podía dejarme llevar por la molestia, el enojo o la tristeza porque podían usarlo en mi contra.

Por eso decidí no hacer nada y, en cambio, seguir con mi rutina de siempre.

Mi padre había querido hablar con nosotros esta noche. Ya tenía una idea de lo que nos iba a decir.

—¿Qué es lo que vas a hacer esta tarde, Paola? —preguntó Ainhara a mi lado, sonriendo un poco y mordiendo una papa francesa—. Esta tarde mi madre me dijo que mi hermano regresaba, ¿sabías que mi hermano se fue de intercambio a Rusia?

Fruncí el ceño y rápidamente la miré. Ambas estábamos en nuestro lugar por lo que nadie podría molestarnos.

—Sé muchas cosas de tu vida, pero no sabía que tenías un hermano porque nunca me comentaste nada de él —dije.

Ella se golpeó la frente con su palma y chasqueó la lengua. ¿En serio se le había olvidado decirme algo como eso?

—Ups, lo siento, es que a veces me olvido de cosas como esas.

—Eres horrible, ¿cómo puedes olvidarte de que tienes un hermano?

No dijo nada, pero sonrió cuando reí negando y se encogió de hombros.

—En fin, ¿puedo ir a tu casa? —preguntó mientras yo bebía con lentitud mi licuado de plátano—. Ernest es una molestia: siempre se la pasa buscando una manera de joderme y aunque lo extrañé mucho, aún no creo estar lista como para soportar sus malditas bromas.

Asentí.

—Claro, aunque tengo que ir al hospital esta tarde como a eso de las 3.

—¿Puedo acompañarte? —preguntó de nuevo, mirándome, incluso sus ojos brillaron un poco.

Alcé una ceja.

—¿No te molesta?

—No, la verdad me causa curiosidad qué es lo que te hacen. ¿Puedo mencionarlo? —mi entrecejo se arrugó con confusión, pero asentí—. Bueno, el cáncer se va con quimioterapias, ¿no? Y yo no he visto, en todo este tiempo, que se te comience a caer el cabello. ¡Ojo! No es que quiera que se te caiga el cabello, al contrario, pero me intriga. De hecho, si no me hubieras dicho que tenías cáncer antes, yo jamás habría sabido.

Sonreí. Ah, entonces a eso se refería...

—No lo llames así, suena horrible.

—¿Entonces cómo? Así se llama —aseguró. Rodé los ojos.

—Realmente no es mucho lo que pasa. Y no se me cae el cabello porque no son quimioterapias; mi tratamiento es a base de pastillas, así que no influyen en eso, pero eso sí, saben horribles.

Bebí el último sorbo de aquella botella antes de cerrarla y ponerla a mi lado en la banca.

—Cuando me tocan las citas, Armando me revisa mientras hablamos un poco. Mi madre era quien me llevaba, pero ahora todo se volvió un desastre y quien me lleva es mi padre. Si quieres venir conmigo, no creo que sea un inconveniente. —La miré sonriente.

—¿Armando? —alzó una ceja y pude notar la diversión en su mirada. Rápidamente asentí.

—Sí, es mi doctor: fue él quien se encargó de mí una vez salí de cirugía. Sigue estando al pendiente, pero con mis revisiones mensuales.

VIGILADA |RDG|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora