Capítulo 37

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—¿Paola? Paola, ¿estás bien? ¿Puedo pasar? —preguntó Ainhara del otro lado de la puerta.

Me levanté con algo de dificultad, arreglé mi pijama y limpié mis mejillas antes de abrir. Asentí nada más verla.

—Claro, pasa, tengo que... —callé cuando noté a Mangel a su lado. Hice una mueca—. Pensé que te habías ido con Rubén, él...

Pero negó, caminó a mí y me tomó por los hombros. Aguanté la respiración, por supuesto. No esperaba eso.

—Está abajo... —comentó.

—Espera que se lo digas todo hoy, Paola; lo escuché decírselo a Mangel —dijo esta vez Ainhara.

—Y está realmente molesto —negó chasqueando la lengua—, no quiere levantarse del sofá. Íbamos a irnos, estábamos a punto, pero al final cambió de idea y cuando lo hace, ya no puedo hacer nada.

Y eso fue todo para que mi respiración se detuviera por completo.
Me alejé caminando a lo largo de la habitación sumamente nerviosa.

—No puede ser hoy —susurré desesperada, buscando una salida que pudiera librarme de esta—, necesito... necesito tiempo. Aún no sé qué decirle.

—Paola, él no quiere más tiempo, necesita que se lo digas ya —dijo Mangel, podía escucharlo también preocupado—. Realmente no sé qué sea, pero para serte sincero, nunca lo había visto con tantos sentimientos encontrados.

Me cubrí el rostro cuando sentí el nudo en la garganta quemarme hasta el alma y caminé directamente al balcón para abrir las puertas. Estaba sofocándome. Sentía tanto miedo en este momento. Necesitaba hacerme a la idea de las cosas que sucederían después de mi confesión, después de que le dijera a Rubén absolutamente todo.

Necesitaba hacerme a la idea de que probablemente él me dejaría incluso cuando me había dicho que no lo haría.
Nada era seguro, absolutamente nada. Debí haber entendido eso.

—Paola...

Ainhara caminó a mí, preocupada. Quise reírme, pero lo único que conseguí fue hacer una triste mueca.

—No te preocupes que no me voy a aventar —dije—. Solo necesito algo de aire fresco para...

Pero no dije nada más y cerré los ojos cuando una ráfaga de viento me golpeó con fuerza el cuerpo, respiré profundo hasta que el olor de lluvia me invadió las fosas nasales y por fin pude tranquilizarme un poco.

Lo pensé, lo justifiqué. Le di la razón, todo este tiempo se lo di: él se merecía toda explicación, no podía negárselo y si la quería ahora, era perfecto. Estaba perfecto.
Así que asentí.

—Si él quiere la explicación ahora mismo, se la daré —dije y volteé a verlos—. Solo tengo que saber qué palabras usar, si no, me confundiré y arruinaré las cosas. No quiero que esto se estropeé, no más de lo que ya está.

El rostro de Ainhara se deformó angustiada, extendió los brazos caminando a mí y me abrazó con fuerza acariciándome el cabello. A veces ella se comportaba tan maternal, incluso más que mi propia madre.

—Cualquier cosa que suceda, sabes que puedes contar conmigo, ¿vale? —susurró.

Asentí sin decir nada. Mangel también se acercó sonriendo con debilidad.

—Desde que estuviste con Rubén, ha cambiado, ¿sabes? —dijo y Ainhara se separó para verlo mientras hablaba.

—No digas eso ahora, Mangel —sorbí por la nariz—. Estoy sensible y eso no me ayuda para sentirme mejor.

VIGILADA |RDG|Where stories live. Discover now