Capítulo 55

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En medio de un prado lleno de pasto recién cortado, el rocío de la tarde comenzó a expandirse alrededor del espacio. Un hermoso campo abierto. Flores y hierba muy bien preservada. El aroma enviando descargas de alegría al cuerpo.

Entre toda la armonía, una niña corría.

Su pequeño vestido verde olivo ondeando por el viento, su sonrisa iluminando el camino y su entusiasmo al ver las rosas, solo añadieron más felicidad a la postal que se tenía enfrente. Tan pacífico se volvió que la pequeña rio, recogiendo las flores con su diminuta mano y mirando en dirección hacia su hogar.

Y al verla, la niña rio.

—¡Aquí!


***

Desperté suavemente, frunciendo el ceño y sintiéndome desorientada. ¿Acaso todo había sido un sueño? El producto de mi imaginación. Una pesadilla.

Inhalé profundo, sonriendo de lado cuando la idea se hizo más fuerte en mi cabeza, el alivio llenándome el pecho porque ¿en serio estaba tan mal de la cabeza como para alucinar con algo como eso? Tendría que decirle a mi padre que el cáncer me estaba haciendo tonta, porque no era normal tener ese tipo de ilusiones en los que Ruben me secuestraba.

Reí, negando.

De solo pensarlo, era simplemente una locu-...

—¿Qué? No... —susurré cuando traté de abrir los ojos, pero sentía que algo me cubría la visión.

Me moví, mis manos y mis piernas atadas a lo que creía estaba sentada sobre una silla. Mi pecho se apretó.

No... No, no, no...

—No puede ser... No puede ser...

—¿No puede ser qué, cariño? —preguntó una voz no muy lejos de donde yo estaba. Mi corazón comenzando a acelerarse porque ahora no era ninguna duda.

Sabía perfectamente quién era. Sabía perfectamente lo que sucedía.

Mi cuerpo tembló y mi corazón se encogió, el miedo y el coraje luchando y bailando una misma melodía y dejándome más confundida que nunca.

—Eres un imbécil. —no pude evitar decir, mis ojos ardiendo, pero sin poder derramar ninguna lágrima—. Siempre te lo he dicho. ¡Eres un maldito imbécil!

Fue lo único que atiné a decir.

Él rio, por supuesto que lo hizo, su risa sonando retumbante, misteriosa. Malvada. Perturbadora. Tomando la actitud de Él. Tomando esa personalidad suya, sin esconderse más.

—Puedes insultarme lo que quieras, cariño. Puedes estar molesta, y tanto como quieras, después de todo, vas a tener que acostumbrarte a-...

—¡Yo no tengo por qué acostumbrarme a nada, idiota! ¡Suéltame de una maldita vez de aquí! —grité, esta vez unas lágrimas resbalando por mis ojos y mojando la venda, moviéndome con brusquedad para tratar de liberarme.

De nada sirvió.

—Eso no podrá ser, preciosa.

—Se supone que habías aceptado nuestra separación... Maldita sea, Rubén, ¡se supone que habíamos terminado bien! —Me rompí.

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