Capítulo 21

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Tenía mucho sueño cuando desperté. Eran las 2:50 de la madrugada cuando me levanté: tenía mucha sed, entonces, colocándome las zapatillas y bostezando, caminé hacia la cocina, sirviéndome el dichoso vaso con agua y regresar a la habitación.

Cuando regresé, la ventana abierta cautivó mi atención, así que ignorando que había dejado la puerta abierta, caminé a cerrarla. La luz de la luna iluminaba gran parte de mi habitación y el aire que se colaba, transmitía auténtico suspenso.

Hasta que la puerta se cerró de golpe.

Me sobresalté, mirando rápidamente hacia el ruido que se había generado sin saber del todo lo que me encontraría. No tenía ni la más remota idea, como tampoco estaba preparada. Nunca se está preparada para estas cosas.

Como en los viejos tiempos, alguien se encontraba recargado en la puerta, sólo podía apreciar su sombra. Mi corazón latió desbocado, mis manos temblaron y mi vista comenzó a nublarse. Mi respiración agitada junto con la suya era lo único que se escuchaba y, paralizada en mi sitio, vi como poco a poco se acercaba peligrosamente hacia donde yo estaba.

No sabía qué hacer, entré en un trance que, muy tarde, me había dado cuenta.

— Paola, Paola —susurró, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón al tiempo que chasqueaba con la lengua—, ¿es que te gusta provocarme?

Suspiró en mi cuello una vez delante de mí. Cerré los ojos fuertemente y los ojos comenzaron a arderme. Iba a llorar.
En in acto reflejo, lo alejé con fuerza y escuché cómo gruñía. No le había gustado.
Y me constaba.

— ¡No vuelvas a hacer eso! —espetó, tomándome de las muñecas para así estamparme en su pecho.

Su perfume inundó mis fosas nasales, como también el horrible olor a tabaco. Me dieron arcadas de solo olfatearlo.
Gemí ante la presión y fuerza que estaba ejerciendo en mí y traté de liberarme, pero fue en vano.

— Por favor, ya déjame en paz —susurré con la voz entrecortada—. No te he hecho nada para que me hagas esto.

Se río en mi cara, me soltó con brusquedad y caminó con rapidez en mi habitación. Traté de alejarme lo más posible y, colocándome en el suelo de forma fetal lo vi, asustada.

— ¿¡Que no has hecho nada!? —espetó con brusquedad, deteniendo su andar para mirarme—. ¡Has hecho conmigo lo que menos te imaginas y es todo por tu puta culpa!

Volvió a acercarse a mí, mirándome desde la altura. Su voz grave me erizaba la piel por completo; decir que le tenía mucho miedo estaba de más, porque mis acciones decían más que las palabras que estaban atoradas en mi garganta. Quería gritarle que lo odiaba, que lo aborrecía, que quisiera que se muriera para que me dejara en paz; pero no podía, porque el temor de las consecuencias de mis palabras hacía que evitara hacerlo.

— ¡¿Qué te he hecho?! —espeté, tomando valor para mirarlo desde el suelo; era muy alto—. ¡Maldita sea! No lo sé —susurré, abatida. Vi como se arrodilló, estando a pocos centímetros de donde yo estaba.

Y temblé.

— Me has arruinado la vida, alejado de mis amigos y ¡acrecentando la obsesión que tengo contigo! —dio un fuerte golpe a la pared en la que estaba recargada, rozando mi cabello y sobresaltándome.

— P-por favor, ya vete y déjame en paz —susurré al borde del colapso. Tenía la vista nublada y me sentía mareada.

Como consecuencia del miedo que tenía, el temor y la impaciencia de que se fuera al fin, estaba por desmayarme.

— No te dejaré nunca, ¿¡entendiste!? —Tomó con delicadeza mi rostro, haciendo que lo mirara, pero que, gracias a la penumbra de la habitación, era lo que menos distinguía: su rostro—. Porque, aunque no estés conmigo, siempre serás mía... —cerré los ojos cuando se acercó a mi oído y añadió—: sólo mía...

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