Capítulo 35

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Mangel, Rubén y yo caminábamos por un largo parque mientras conversábamos, alejándonos de la entrada y, sobre todo, de nuestros departamentos. Cada vez había menos personas andando, pero, aunque quería unirme a su conversación, yo simplemente me encontraba pensando en lo que debería hacer cuando regresara a casa: ¿decirle a mi padre lo que había encontrado cuando había llegado? ¿Lastimarlo?

Y no solo eso, ¿qué iba a decirle a Rubén ahora que había tomado la decisión de contarle absolutamente todo? De la existencia de Él y su constante acoso, de las fotografías que me habían llegado al celular y, ¿por qué no? También del engaño de mi madre. ¿Cómo iba a reaccionar?

—Oye, ¿te ocurre algo? —preguntó Rubén apretando de forma suave mi mano para que lo mirara.

Ni siquiera me había dado cuenta de que habíamos llegado a un especie de estanque lleno de patos y otros animales, y que los dos estaban sentados en la orilla, mirándome fijamente poniéndome nerviosa.

—No, nada, no te preocupes —sonreí mirándole—. Solo estaba pensando que debería regresar a casa. No he llamado a mi padre para decirle dónde estoy y quizá está preocupado, además, recuerda que no cargo con el móvil.

—¿No lo traes? —preguntó Mangel frunciendo el ceño, negué—. Si quieres toma el mío y lo llamas para que...

Pero antes de que pudiera acabar la frase, recibió una llamada. Frunció el ceño al ver el nombre que mostraba la pantalla y se levantó repentinamente nervioso.

—D-disculpen, tengo que contestar esto, ahora vengo... ¿Hola? —se alejó.

Rubén sonríe de lado mirándolo, luego niega.

—El gilipollas debe de estar tras una mujer, porque hace mucho que no lo veo así, pero ya me daré cuenta después —me miró, sonriente—. Ven aquí y dame uno de tus abrazos calentitos; desde que salimos no me has dado nada y estoy extrañándote. Me haces falta.

Rodé los ojos al escucharlo, pero mentiría al decir que mi corazón y mi estómago no se removieron ante la felicidad y la dicha de que pudiera hacer esto. Sonreí abrazándole y rápidamente escondió su rostro en mi cuello. ¿Cómo podía negarle a Rubén un abrazo cuando se comportaba a veces como un niño mimado? Ese puchero, esos ojos suplicantes... No, no podía negarme.

—Rubén, no deberíamos hacer esto en lugares como estos —recordé.

—¿Por qué?

Sentí cómo escondió su nariz y se removió en mi cuello, ocasionándome un cosquilleo agradable; solo en ese momento intenté separarme.

—Porque... —suspiré cerrando los ojos—, bueno, es que hay algo que quiero contarte.

Rubén se separó para mirarme con el ceño arrugado.

—¿Qué?

—Preferiría que hablásemos en privado, en un lugar que no esté nadie —dije mirando a mi alrededor, no muy convencida—. Aquí podría haber muchas personas escuchando.

—¿Es algo malo? —lo miré directamente a los ojos sin decir nada. Él maldijo desviando la mirada—. Mierda... ¿qué ocurrió mientras yo no estaba?

—¿Recuerdas todas las veces que me preguntabas qué era lo que me pasaba cuando estaba tan decaída? —asintió, yo hice una mueca—. Pues las cosas se están poniendo peores.

—Paola, no te estoy entendiendo y me estoy poniendo nervioso así que, por favor, sé más clara.

Suspiré bajando la mirada hacia donde estaban nuestras manos entrelazadas. Acariciaba sus dedos con parsimonia queriéndolo tranquilizar, aunque sabía que no podía hacerlo.

VIGILADA |RDG|Where stories live. Discover now