Capítulo 34

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Moví las caderas cuando sus dedos tocaron mi piel hinchada, abrí la boca y liberé el aire que había estado reteniendo. Sus manos, ansiosas, recorrieron mi cintura y, poco a poco, fue bajando mi falda mientras besaba mi abdomen.

Suspiré sosteniéndome de las sábanas de la cama con fuerza y fue en ese momento cuando escuché su risita.

—¿Quieres más? —preguntó.

Bajé la mirada para verlo: sus ojos estaban tan negros que me robaron el aliento, su cabello sumamente desordenado y sus labios, ¡ay, por favor!, sus labios estaban tan hinchados y rojos.

Oh, Dios santo. ¡Obviamente quería más!

Sin que lo viera venir, en un rápido movimiento y con su ayuda, mis piernas dejaron de estar cubiertas por la falda, los botones de mi camisa se desprendieron ante su brusco agarre y, sorprendida, vi cómo se sentaba en sus rodillas y se quitaba la camisa.

Abrí la boca, asombrada.

—Te comieron la lengua los ratones, ¿no? —preguntó acercándose a mí con peligrosidad, sonriendo—. O te la comí yo...

Mordí mi labio cuando, con una de sus manos, fue descendiendo por los extremos de mis senos, mis costillas, mi cintura hasta llegar a mis caderas. Jadeé al sentir cómo acarició la parte húmeda de mi intimidad. Gemí.

—Oh, mierda... —susurró agitado—. Maldita sea, Paola..., no puedo, no puedo... —pensé que se refería a que no podía hacerlo, pero cuando se separó y quitó sus pantalones sin apartar la vista de mi pobre cuerpo dispuesto, entendí lo que sucedía.

Sonreí, pero la borré cuando vi el bulto que sobresaltaba en su bóxer. Desde aquí intuí el tamaño junto con el dolor que me provocaría, pero decidí desechar todo y, ansiándolo, lo busqué.
Rubén sonrió, metió una de sus manos a su bóxer y volvió a acercarse a mí, sonriente.

—Rubén...

Pero él no dijo nada. Se sacó la prenda, quedándose desnudo completamente. Fue en ese preciso momento cuando varios miedos empezaron a aparecer en mi cuerpo, en mi mente.

¿Y si me dolía? ¿Y si todo esto era malo? ¿Y si todo esto se ponía en nuestra contra?

Pero escuché cómo algo se rasgaba, entonces bajé la cabeza para verlo a él cubriéndose con un profiláctico. Me miró, dudoso.

—Paola, ¿estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó después de hacer una mueca—. Sabes que podemos parar aún y cuando estemos sí, pero necesito que estés muy segura de que lo quieres hacer.

Suspiró juntando su frente con la mía cerrando los ojos. Y sonreí. Sonreí porque sabía que Rubén me respetaría, que respetaría mi decisión de detener todo esto si quería y no se enojaría conmigo.

Así que asentí, rodeando con mis piernas su cintura para acercarlo a mí.

—Sí, Rubén. Sí quiero hacerlo... —sus pupilas se dilataron tanto que lo creí imposible, su respiración cambió y poco a poco, la presión en mi entrada se hizo presente.

Asintió respirando por la boca y la tirantez en esa zona empezó a incomodarme demasiado. Temblé. En serio me estaba doliendo.

—Tranquila, mi cielo... —susurró muy cerca de mis labios al darse cuenta. Cerré los ojos con fuerza temiendo que el dolor estuviera a punto de intensificarse—. Tranquila... —Y siguió adentrándose más.

No se detuvo hasta que estuvo completamente dentro, apreté mis labios ante el dolor que me provocaba, pero sentí su lengua buscando mi atención.
Entonces me besó.
Un beso hermoso, cargado de deseo y entrega. Uno que hizo que mi boca se hiciera agua y que de mi garganta saliera un pequeño gemido.
Una de sus manos tomó con delicadeza mi pezón y, comenzando a moverse después de un instante, me separé de su boca.

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