Capítulo 42

155 8 1
                                    

Después de eso, ya no fui necesaria en la discusión. Tal parecía que mi padre quería agradecerme de alguna forma por la manera en la que me miraba, pero también tenía ese doloroso semblante que, si no fuera porque yo estaba ahí, sabía que iba a desencajarse más de lo que él se ponía como límite. Fue por eso por lo que me dijo que me fuera.

Y no escuché nada más entre ellos dos.

Ni una sola voz elevándose para que nosotros escuchásemos hasta nuestras habitaciones. No había gritos ensordecedores que transmitían lo que sentían el uno por el otro.
No había reclamos, no había quejas. No se escuchaban los desesperados intentos de Tamara por hacer entender a su esposo que todo había sido una equivocación.

Simplemente se escuchó la puerta siendo cerrada y posteriormente, atrancada. Solo un silencio que nos indicó a mi hermano y a mí que estábamos solos en el departamento.

—Nuestros padres se van a separar, ¿verdad, Paola? —preguntó mi hermano a mis espaldas cuando yo bajé a la cocina por un vaso de agua.

Volteé a verlo con sorpresa porque había sido repentina su presencia. Al ver su gesto preocupado, suspiré.

—¿Por qué piensas eso? —sonreí para tranquilizarle—. Las parejas tienen sus desacuerdos, Alex...

—¿Tú también me vas a decir que no debo preocuparme y vas a mentirme con que todo está bien?

Mi respiración se cortó. Mi sonrisa se borró.

¿Qué había dicho?

—Creen que no me doy cuenta de las cosas que suceden aquí, creen que soy un tonto que se come con patatas fritas las mentiras que me dicen, ¡pero yo también vivo en esta casa y escucho cada cosa de la que hablan! Así que ya no trates de engañarme —me apuntó con molestia. Tenía que ser sincera: verlo así me daba gracia, incluso sonreí de lado—. ¿¡Por qué sonríes!? No es gracioso...

—Oh, eso lo sé —chasqueé la lengua—. Me recuerdas a mí cuando tenía tu edad también. Quería saber muchas cosas porque pensaba que ya era mayor y era lo suficientemente madura para superarlas; pero tengo 16 años y sigo comportándome como una niña —me encogí de hombros y bebí el agua de aquel vaso. Él me miró sin entender—. Lo que quiero decir es que, no importa qué, piensa que, si papá y mamá no te dicen nada, es por algo.

—¿Y por qué a ti sí? —se cruzó de brazos. Suspiré.

—Porque he llegado a la edad en la que no puedo solo ignorar lo que sucede a mi alrededor. Papá y mamá ya pueden apoyarse en mí porque entiendo cosas más complicadas —ladeé la cabeza— y aunque no lo creas, eso no es agradable.

—¿Y por qué no? —volvió a preguntar. Sonreí y me acerqué a él acariciándole su cabello.

¿Por qué no era agradable? Porque me comía la cabeza pensando si esto se iba a desmoronar. Estaba acostumbrada a tener una familia unida, en la que mis padres se demostraban cariño y amor cada vez que podían cuando estábamos en México, pero ahora, verlos como perros y gatos a cada momento me resultaba doloso; todavía no me acostumbraba a la idea de que había perdido la confianza de mi madre cuando antes era mi mejor amiga, en la que había decepcionado a mi padre y había visto cómo se distanciaban a cada instante.

Porque empezaba a preocuparme de todo lo que pasaba a mi alrededor. Porque tenía que cuidar cada mínimo paso que daba y cada mínima palabra que decía ante mis padres y ante Él, sobre todo ante Él.

Pero, obviamente, eso no se lo iba a decir.

—Tú lo entenderás después... —inhalé profundo, pasando por su lado.

VIGILADA |RDG|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora