Capítulo 7

861 27 0
                                    

01:59 a.m.

O M N I S C I E N T E

— ¿Vas a ayudarme en esto? —preguntó el chico viendo a su compañero con cierta expresión de frialdad.

— Sabes que no me gusta lo que estás haciendo... —comenzó, pero se vio interrumpido por el más alto.

— Ya, no me vengas con tus discursos de mierda. Sabes de todas formas que iré, así que sólo contesta a mi pregunta —espetó el chico de manera seca; el moreno lo estaba sacando de sus casillas, ¿no iba a entender algún día? Ya habían discutido esto antes. Ahora decidiría ignorarlo.

— No.

— Bien, lo haré solo entonces.

Tomó las cosas que necesitaría del pequeño sofá guardándolas en una mochila y salió, dando un portazo. Aun fuera, logró escuchar el grito de su amigo.

— ¡Maldita sea, deja en paz a esa niña! —gritó el pelinegro, tomando con ambas manos su cabeza totalmente desesperado. En cambio al otro, quien ya se encontraba caminando apuradamente con el entrecejo arrugado, notoriamente frustrado.



P A O L A

Los gritos de mis padres hacen despertarme. Arrugo el entrecejo. Pienso en mi hermano, pues no le gusta que peleen. Necesito hacer algo por él.

Últimamente habían estado discutiendo muy seguido, a veces hasta llegaba a pensar que su relación se destruiría. Parecían muy tristes en algunas ocasiones, pero lo que verdaderamente me intrigaba era la causa; una sola vez escuché algo, sin embargo, gracias al shock y el dolor, mi mente lo borró hasta olvidarme de él.

Me levanto rápidamente y asomo mi cabeza por la puerta, mis ojos protestan por la luz, pero no me importa. Vuelvo adentrarme a mi habitación tomando los audífonos grandes del peinador y salir dispuesta a entregárselos a mi hermano. Cuando abro la puerta de su cuarto lo encuentro recostado, cubierto completamente con las mantas. Sé que está llorando.

Me siento a un lado de él dejando los audífonos en su mesita de noche, Álex se sienta, abrazándome.

— No me gusta que peleen. —Lo rodeo con mis brazos sintiendo los pequeños espasmos a causa de los sollozos. Le proporciono un beso en su cabeza.

— Oye, tranquilo. —Lo separo de mí, levanta su rostro viéndome fijamente y limpio sus lágrimas con mi dedo pulgar—. Cualquier pareja discute, Alejandro, ninguna es perfecta o se libra de ellas. Es algo natural en un matrimonio, ¿está bien? Nosotros no podemos impedirlo —digo tiernamente.

— Pero, ¿por qué? —La manera tierna en la que cuestiona me da tanta ternura que no puedo evitar sonreír.

— Mira —comienzo—, cada persona es diferente y única, como mis padres ellos también son personas y les gustan distintas cosas. —Me mira sin entender, así que cuando va a hablar, le hago una seña—. Es como tú y yo: a ti te gusta el durazno, a mí no; a mí me gusta la crema, a ti no; a ti te gustan las zanahorias, a mí no —ríe y ahora me siento más tranquila. Ha dejado de llorar.

— Estás hablando de comida, Paola. —Sonríe, yo lo imito.

— Ellos también son diferentes y como tú y yo estamos a veces en desacuerdo con algo, ellos también, ¿entiendes? —asiente—. Mira, te he traído algo.

— ¿El qué? —interroga intrigado, mirando cómo mi mano va en dirección a tomar los audífonos.

— Te he traído mis cascos: sé que te gustan, así que te los presto. —Sonríe abiertamente y consigue hacerme feliz abrazándome solo como sabe hacerlo él. Termino por corresponderle.

VIGILADA |RDG|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora