𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝒱𝐼

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—¡Buenos días! —saluda Charles.

—Buenos días —respondo mientras me estiro en la cama.

—¿Has dormido bien?

—La verdad es que sí —admito—. La cama es bastante cómoda.

—¿Y no será porque has dormido abrazada a mí? —pregunta con tono burlón.

Noto como la sangre sube a mis mejillas. En mitad de la noche, a pesar de que la cama era grande, me he acercado al monegasco y lo he abrazado mientras dormía. Cuando me he despertado y me he visto junto a él, me he apartado. Creí que no se habría dado cuenta, pero de nuevo, he errado.

—Ha sido la costumbre —respondo a la defensiva.

—Layla, si quieres echar un polvo, me lo dices y ya.

El piloto pasa un brazo por detrás de su cabeza y me mira con una sonrisa pícara en el rostro.

—Eres un sinvergüenza, Charles Leclerc.

—No soy yo la que se aprovecha de otros mientras duerme —bromea.

—Aprovecharse habría sido si me hubiese subido encima de ti y te hubiese violado, solo te he abrazado.

Charles entrecierra los ojos y después suelta una carcajada.

—A mí no te me insinúes, Layla. No quiero ni debo serle infiel a mi novia.

—¡Eso! —exclamo—. Le debes lealtad a tu pareja.

—Yo soy leal a mi pareja, Layla. Eres tú la que se acerca a mi cuerpo, aunque no puedo culparte, soy una perita en dulce para las mujeres.

El monegasca alza el mentón denotando seguridad y yo no puedo evitar soltar una carcajada ante sus palabras. Él aguanta unos segundos así hasta que termina contagiándose.

—Así estás más guapa —dice de repente.

—¿Cómo? —pregunto con confusión,

—Riéndote y feliz —sonríe—. No deberías estar llorando por un hijo de puta como él.

—Ha sido una relación de cuatro años, Charles. Me sentiría culpable si no tuviese un duelo por él.

—Ese hijo de puta no se merece ni una lágrima tuya, Layla.

Charles me mira con seriedad. Su rostro sigue magullado. Su nariz ya no está tan hinchada como ayer, pero sigue algo más grande de lo que es. Su mejilla sigue teniendo una tonalidad morada, así como su labio.

—Anda, vamos a vestirnos. No quiero llegar tarde —hablo.

Me levanto de la cama y me dirijo hacia el armario para sacar la ropa que voy a usar hoy. Entro en el baño para que Charles pueda vestirse tranquilo. Hago pis y me lavo la cara para después ponerme la blusa negra junto con la falda de imitación cuero y las deportivas. Me recojo el pelo en un moño alto y me lavo los dientes. Al abrir la puerta, me encuentro a Charles vestido con los mismos colores que yo.

—¡Oh vamos! —exclama el monegasco.

—Parecemos una pareja —me burlo.

El monegasco viste con unos vaqueros negros, un poco ajustados, una camiseta de manga corta, también negra y una sudadera del mismo color que descansa a su lado, sobre la cama. Se encuentra sentado, atándose unas deportivas blancas. En la cabeza, lleva la misma banda que anoche, para apartarse el pelo de la cara.

—A mi no me digas esas cosas, Layla, tengo novia.

—Desde ayer soy una mujer soltera, Charles, puedo decir lo que quiera, pero siempre le tendré respeto a la chica.

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