𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝒳𝐼𝒱

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   —¡Mon amour! —exclama Charles al verme.

El monegasco viene corriendo hacia mí para abrazarme mientras me alza por los aires.

—Hola, Charlie —saludo.

—Te he echado de menos.

—Solo he estado fuera dos días —río.

—Me has malacostumbrado a estar contigo siempre.

—Qué bobo eres.

Charles me deja en el suelo y me fijo que tiene una bolsa en la mano. «Ha ido a comprar medicamentos», pienso al ver el logotipo de una farmacia.

—Sí que te han dejado mal las Nerf de agua —comento con tono burlón

—No me lo recuerdes —se queja miense pasa una mano por el pelo—. Es la última vez que le sigo a Carlos en una de sus tonterías.

—Apuesto lo que sea a que te dejaste llevar rápidamente. Los dos sois guales.

—No diré que no —niega con una sonrisa—, pero el ponerme enfermo no entraba en mis planes.

—Nunca entra en los planes de nadie.

Saco las bolsas del escondite donde las había dejado y se las muestro.

—¿Qué es esto?

—Es un regalo para ti.

—¿Para mí?

—Sí —sonrío.

Charles sonríe de esa forma tan adorable que tiene. Sus hoyuelos aparecen y mira de nuevo las bolsas que sujeto. Me mira y luego vuelve a mirarlas.

—¿Por qué? —pregunta.

—¿No puedo hacerte un regalo? —pregunto mientras frunzo el ceño.

—Sí, claro, pero es que no lo esperaba.

Charles coge las bolsas y va a sentarse al sofá. Lo acompaño y me siento a su lado. El monegasco abre la bolsa de John Lewis y saca el jersey.

—¡Que bonito! —exclama al verlo—. Me lo voy a probar. ¿Seguro que es mi talla?

—Charles, tengo tus medidas — río—. Te recuerdo que estoy haciendo tu traje.

—Es verdad —sonríe.

Se quita la camiseta de Ferrari que lleva y me fijo en el cuerpo del monegasco. La verdad es que está muy bien tonificado, un poco más marcado que el de Carlos.

Niego con la cabeza, eliminando eso de mi mente. «No debo volver a pensar así sobre el español» me reprendo.

—Me gusta—habla el monegasco, sacándome de mi ensimismamiento.

Lo miro y veo que se está terminando de colocar el dobladillo del jersey.

—Estás muy guapo —el chico se coloca el cuello y me mira.

—¿Tú crees? —sonríe.

La verdad es que el jersey le queda un poco pegado, marcado sus pectorales y los brazos. El chico termina de colocarse el cuello y me vuelve a dedicar una sonrisa.

—Muchas gracias, mon amour, pero no hacía falta.

—Cállate y mira el otro —le doy puñetazo amistoso en el pecho.

—¿Hay más?

—Claro, tonto

El chico se fija en la bolsa blanca y la coge. Saca la cajita que contiene el anillo y al abrirla deja ver el anillo plateado.

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora