𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝒳𝒳𝒳

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   𝒞𝒜𝑅𝐿𝒪𝒮

   Miro a mi alrededor mientras me sigo preguntando por qué cojones debemos ir en tren. Binotto se ha ido con el resto del equipo horas antes para comenzar a preparar bien los garajes, y para asegurarse de que los coches llegan en buen estado, ya que, al ser una carrera que se realiza en Europa, los coches van completamente montados en camiones. Charles y Layla se sientan juntos y no puedo evitar sentirme celoso por la cercanía que tienen ellos. Me siento frente a ellos y los veo reírse cuando el monegasco le muestra algo en la pantalla del teléfono. Saco el mío solo para evitar seguir mirándolos cuando de repente, me llega un mensaje de Isabel. Noto como mi corazón late con fuerza, pero frunzo el ceño. «¿Qué coño quiere ahora?», me pregunto.

—"Hola, Carlos. ¿Podemos vernos?" —dice el mensaje.

Muevo la pierna con nerviosismo, pero noto como mi corazón sigue latiendo con fuerza en mi pecho, solo que ya no por amor, sino por ansiedad. Nunca pensé que pudiese llegar a dejar de quererla, pero esto me lo confirma.

—"No" —escribo de vuelta.

Me muerdo las uñas al ver como escribe. Si tan solo no me hubiese mentido a la puta cara teniendo ya un pie casi en el altar, podría aceptar verla.

—"Necesito hablar contigo" —escribe.

—"Pero yo no"

«Mentira» Necesito explicaciones, necesito que me diga la verdad y no todas las mentiras, pero no quiero verla.

—"Deja de ser un estúpido y dime dónde estás, quiero comentar algo contigo" —dice su siguiente mensaje.

No puedo evitar soltar un bufido. Sigo moviendo la pierna de manera nerviosa mientras mis dedos se mueven con rapidez por la pantalla.

—"No tenía ninguna gana de hablar contigo, pero ahora que me estás faltando el respeto mucho menos" —escribo.

—"Déjate de tonterías. Sé que ahora os vais a Imola a competir. ¿En qué hotel os vais a hospedar?" —escribe.

Decido dejarla en visto, ya no estoy de humor para hablar con ella, y con estos mensajes, ha conseguido que me ponga de peor humor. Guardo el móvil en el bolsillo, me cruzo de brazos y miro por la ventana del tren. Noto como mi móvil vibra varias veces, pero hago caso omiso. De repente, las vibraciones se hacen más largas y cierro los ojos con irritación. Me está llamando. Dejo que la lleve al buzón de voz y a los segundos, el proceso se repite. Cabreado, saco el móvil del bolsillo mientras me pongo en pie y me dirijo a los baños.

—¿Qué coño quieres? —respondo nada más descolgar la llamada.

—¿Así me respondes? —escuchar su voz me causa asco

—¿Qué coño quieres? —pregunto con el mismo tono.

—Hablar contigo.

—Pero yo no —me apoyo en el lavabo.

—Eso a mí me da igual —pongo los ojos en blanco. Cuando se pone en este modo, no hay quién la aguante—. Quiero que me des el anillo de compromiso.

—¿Disculpa? —me incorporo.

Pues eso, que me des el anillo de compromiso que me compraste.

Eres increíble, Isabel —me paso una mano por el pelo—. No te basta con haberme puesto los cuernos con ese tío, me tiraste el anillo a la cara cuando discutimos, poniéndome a mí como el malo de la relación, diciendo que no te cuidaba y que no te ponía por delante de nada, cuando es mentira —me agarro con fuerza al borde del lavabo—. Cuando no estaba en temporada de carreras eras la primera a la que dedicaba todo mi tiempo, incluso más que a mi familia. Eras la primera a la que llamaba nada más terminar un día malo, y aun con esas me reprochaste que no te dedicaba suficiente tiempo. Mi profesión me obliga a estar lejos de casa y disfruto corriendo.

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂Où les histoires vivent. Découvrez maintenant