𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝒳𝐼

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—¡Es que no lo soporto! —me quejo a mi amiga a través del móvil.

—¿Nunca has escuchado el dicho de los que se pelean se desean? —pongo los ojos en blanco ante las palabras de mi amiga.

—Nunca me fijaría en alguien como Carlos Sainz —respondo—. Es un hombre inmaduro, un déspota, un chulo y un misógino

—¿No crees que te estás pasando un poco? —pregunta—. Lo estás juzgando a raíz de un momento en el que tú no estabas bien.

—Puede que tengas razón—murmuro—. Pero eso no es motivo para que me siga tratando como me trata.

—Ambos os habéis cogido manía, y tenéis que llegar a un acuerdo para arreglar eso. Uno de los dos debe ceder en algún momento.

—Esa no voy a ser yo —chasqueo la lengua.

—Y él tampoco lo va a hacer —dice—. Tienes que ser más lista que él. Cede, pídele hablar, porque ese comportamiento por parte de ambos no os va a llevar a ningún lado.

—Tienes razón —dejo escapar un suspiro—. Ya hay un ambiente tenso cuando nos encontramos en una misma habitación, y se nota que a los demás no les hace gracia estar en medio.

—Ahí lo tienes, Ly — ríe—. Hasta tú te has dado cuenta de que eso no es sano. Su amigo, el otro piloto, ya hasta ceja en su empeño de intentar calmar las cosas cuando coincidís en una misma habitación, ¿no?

—Sí.

—Pues por algo es —dice mi amiga al otro lado de la línea—. Cambiando de tema, ¿cuándo vienes?

—Mañana tengo que coger un avión, pero no estaré mucho tiempo.

—¿Quieres que te vaya a buscar al aeropuerto?

—Sí, por favor, no tengo coche.

—Entonces me tienes que recordar a qué hora llegas, para estar a tiempo en la terminal.

—Creo que llego a las cinco, pero tengo que mirar el billete de nuevo.

—Vale, pues luego me confirmas la hora. ¿Y en cuanto a la ruptura con Theodore? ¿Cómo te encuentras?

Dejo escapar un suspiro y bajo los pies de la mesa. Echo la cabeza hacia atrás a la vez que me pellizco el puente de la nariz.

—Debería estar en la mierda, pero no lo consigo. Aunque claro, llevo un par de días bastante movidos y Charles se encarga de que no piense en él.

—Me cae bien ese Charles.

—Es un buen amigo —admito—. Se ha portado muy bien conmigo desde que llegué a Ferrari y más tras lo ocurrido. Quizás debería comprarle un detalle.

—¿Cómo qué?

—Pues no lo sé —me encojo de hombros—. ¿Qué le compras a una persona que tiene mucho dinero y que es piloto de Fórmula Uno?

—Hm... ¿un coche?

—Tiene muchos y yo no tengo tanto dinero—hago una mueca.

—¿Un reloj?

—Creo que Rolex le patrocina, pero él ya tiene un Richard Mille.

—¡Ostia! —exclama.

—Y además creo que personalizado, exclusivamente para él.

—Ostia el monegasco —silba—. ¿Tiene novia?

—Sí.

Ambas seguimos hablando un rato más y justo en el momento en el que he colgado la llamada, Charles entra en casa.

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂Where stories live. Discover now