𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝒱𝐼𝐼

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   —Aquí me tienes.

El español aparece en mi pequeña habitación con media hora de retraso.

—Llegas media hora tarde —respondo.

—Estaba intentando retrasar este desagradable encuentro contigo, sobre todo tras haber tenido que ir a ducharme porque alguien decidió tirarme por encima su comida —responde mientras me mira con furia.

—No es culpa mía que seas un cabrón integral.

El español se quita la chaqueta y se queda con una camiseta de manga larga negra, la cual le queda bastante ceñida. Carraspeo y aparto la mirada rápidamente, pero la imagen de su cuerpo trabajado se ha quedado en mi retina. «¿Cómo se verá sin la camiseta? Si sus músculos ya se marcaban por las mangas y sus pectorales también, debe de ser como el jodido Henry Cavill», pienso.

—Acabemos con esto —dice—. No quiero que me toques más de lo necesario.

—Tranquilo, campeón, que yo tampoco quiero tocarte más de lo necesario.

Cojo el metro junto con la libreta y un bolígrafo. Me levanto de la silla y le indico donde debe ponerse.

—Si eres tan amable de ponerte aquí...—señalo el espacio que hay entre el escritorio y el sofá.

—Como sea —responde a la vez que pone los ojos en blanco.

Aprieto la mandíbula intentando contener las ganas de meterle un puñetazo al español en la cara. Me pongo frente a él y tengo que alzar la mirada para mirarlo a los ojos ya que es mucho más alto que yo.

—¿Vas a empezar o...? —me mira alzando una ceja.

—Si vas a estar en ese plan, te quedas sin traje —lo encaro.

—A mí me da igual, pero creo que a Ferrari no le va a hacer ninguna gracia que su nuevo piloto corra sin su mono.

—No me toques las narices, Sainz —mascullo—. Que a mí no me hace ninguna gracia tener que tocarte para esto.

—Otras mujeres matarían por hacerlo —bromea.

—Entonces, me temo decirte, que esas mujeres tienen un gusto pésimo.

Mi respuesta hace que la sonrisa que tenía en el rostro desaparezca. En sus ojos se refleja el enfado y me mira apretando la mandíbula. Abre los brazos y comienzo a tomarle las medidas del torso a lo largo y ancho. Apunto los números en la libreta antes de pasar a su cintura, así como el largo de las piernas. «Es jodidamente alto», reafirmo en mi mente mientras anoto su altura total en su ficha.

—Abre los brazos —le pido.

El piloto lo hace y estiro la cinta métrica a lo largo de su brazo y después alrededor de su muñeca. Vuelvo a apuntar en la libreta y después, me toca medirle el ancho del cuello. Sin querer, aprieto un poco.

—¡Eh! —se queja—. Si me vas a matar intenta no dejar evidencias.

—Tranquilo, si quisiera matarte no usaría una cinta métrica.

Aparto la cinta de su cuello y apunto en la libreta. Tiene un cuello bastante fuerte. Rodeo al piloto para tomarle las medidas de la espalda y tengo que contener un gesto de sorpresa. Tiene una espalda ancha y fuerte. «¿Cómo será pasar mis manos por ella?», me pregunto intentando contener el impulso de pasar las manos por su espalda.

—¿Pasa algo? —pregunta.

—No, estoy...—carraspeo—. Estoy terminando de pasar unas medidas.

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂Where stories live. Discover now