𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝒳𝒱𝐼

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   Ya es por la tarde y las horas han pasado demasiado lentas. Charles, Carlos y yo llevamos a cabo nuestro pequeño plan y ahora solo era cuestión de esperar. «Espero que el monegasco no se equivoque», pienso. Escucho unos golpes en la puerta y noto como el corazón se acelera en mi pecho.

—Pase —hablo.

La puerta se abre y una chica aparece al otro lado. Lleva una carpeta de cuero en la mano, viste con un traje completamente negro y tiene el pelo rubio recogido en una elegante coleta alta.

—¿Layla? —pregunta.

—Sí —la miro mientras noto como el corazón me late con fuerza.

—Mattia me ha dicho que quiere reunirse contigo en la sala de reuniones. Es urgente.

Trago saliva antes de abrir la boca. Estoy muy nerviosa, si nos pilla, los pilotos y yo estamos en apuros.

—¿Te ha dicho para qué? —consigo preguntar.

—No, solo ha dicho que es importante.

—De acuerdo, ahora voy —asiento con la cabeza.

La chica me dedica una sonrisa antes de irse y cerrar la puerta. Suelto el aire contenido, apoyo los codos en la mesa y me froto la sien. El hecho de que Mattia me haya hecho llamar es que, lo planeado por los dos pilotos y por mí, se ha hecho bien y ha sido rápido. «Venga, Layla, tú puedes, me animo». Me levanto de la silla y salgo de la oficina. Paso por delante de las escaleras que llevan al garaje y miro a los pilotos desde las alturas. Ellos se encuentran absortos mirando como los mecánicos arreglan unas cosas de sus coches por lo que no se percatan de mi presencia. Dejo escapar un suspiro y sigo caminando hacia las oficinas. La rubia me espera ante una puerta y me hace un gesto para que entre. Cojo aire varias veces y me animo a llamar a la puerta.

—¿Me llamabas, Mattia? —pregunto una vez dentro de la sala.

—Layla, sí, pasa —me hace un gesto con la mano.

Cierro la puerta a mi espalda y camino hasta él. Veo que tiene una carpeta sobre la mesa junto con una serie de folios. Trago saliva. Mattia Binotto se coloca las gafas y me mira con seriedad.

—Por favor, siéntate —dice mientras señala una de las sillas.

Asiento con la cabeza y me siento en la silla que me indica. El ingeniero jefe junta sus manos frente a su nariz y me mira fijamente.

—¿Para qué querías verme? —pregunto mientras juego nerviosamente con mis manos por debajo de la mesa—. ¿Ha pasado algo con los trajes?

El ingeniero jefe carraspea, se coloca en la silla y mira los papeles que tiene sobre la mesa.

—De eso quería hablarte, pero también les incumbe a los chicos así que debemos esperarlos.

Asiento con la cabeza y agacho la cabeza. Nos ha pillado, dice una voz en mi cabeza. Comienzo a mover la pierna de forma nerviosa y me muerdo el labio inferior. Noto como mi corazón late con mayor fuerza y rezo para que él no escuche mis latidos. En ese momento, el sonido de la puerta abriéndose me hace sobresaltar. Giro mi cabeza y veo a Carlos seguido por Charles.

—¿Nos llamabas? —pregunta Carlos.

—Sí, pasad.

Los chicos entran en la sala de juntas, Carlos se sienta a mi lado y Charles frente a mí. Me fijo en que el monegasco tiene varias manchas de grasa en las mejillas, la frente y la barbilla. No puedo evitar sonreír al ver a Charles así. Carlos me da sin querer con su pierna en la mía por lo que me fijo en él. El español también tiene manchas de grasa en las manos y los brazos.

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