𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝐿𝒱𝐼𝐼

980 58 2
                                    

    Entro en el hospital y me dirijo a la habitación de mi abuelo. Al abrir la puerta me encuentro a mi madre terminando de guardar algunas cosas en la bolsa de viaje que trajo consigo.

—Buenos días —saludo mientras le paso el termo de café.

—Hola, cariño —ella me da un beso en la frente—. ¿Dónde están Carlos y Charles?

—Se han ido a entrenar a los karts de Abernant.

—Supongo que ellos dejan el trabajo, pero el trabajo no les deja a ellos.

—No, pero es lo que tiene salir con un piloto de Fórmula Uno, ¿no? —respondo.

—Supongo que para ese chico es demasiado tiempo separados, ¿no? —dice con una pequeña sonrisa.

—Eso parece, sí —admito mientras noto el calor en mis mejillas—. Es una pena que no sepa qué va a ser de mi el año que viene. Quizás ni esté en Ferrari.

—Eso no lo sabes, cariño —dice mi madre—. Por lo que sabemos, el resto de las escuderías te quieren. ¿Quién dice que vayas a dejar ese mundo? —ella me mira con el ceño fruncido—. Quizás ya no sea para Ferrari, pero para otra escudería sí.

—Es que no lo sabemos, mamá, asi como si Carlos y yo vamos a durar juntos.

—De puertas para fuera se os ve muy felices—dice—. No sé si eres consciente de cómo te mira Carlos, pero él te mira con admiración. Con mucho amor. Ese chico está muy enamorado de ti, mi niña —me dedica una sonrisa.

—¿Tú crees?

—Pues claro —mi madre me da un beso en el pelo.

—Nunca pensé que me podría enamorar tan rápido de una persona, sobre todo cuando lo dejé con Theodore apenas unos meses.

—Nadie elige el momento de enamorarse, Layla —me dedica una mirada dulce.

—Lo sé —asiento—. Lo que más me molesta es que se supone que debía hacer un duelo por Theodore, pero no he sido capaz.

—Porque ya no estabas enamorada de Theodore —habla—. Os conocíais desde pequeños, fueron tantos años siendo amigos, que ya no era lo mismo. Ya ni siquiera era cariño —quita la mano de mi pierna—. La etapa del enamoramiento dura unos meses, después de eso, es cuando de verdad empieza la relación y se hacen sacrificios.

—Era costumbre.

—Si es cierto lo que me contó papá...hiciste bien en dejarlo. Ese chico, Charles, hizo bien en pegarle.

Frunzo el ceño y miro a mi madre con confusión.

—¿Cómo sabe papá eso? —pregunto.

—Se lo contó Carlos —me mira—. Pero no porque él quisiera, si no que papá sospechaba algo.

—Joder.

—No culpes a Carlos, cariño —ella me dedica una sonrisa—. No lo hizo queriendo.

En ese momento, una entra en la habitación y comienza a revisarle las maquinas y el suero al abuelo.

—¿Cómo está? —pregunto.

—Está bien —nos dedica una sonrisa—. Las pruebas no han mostrado ninguna anomalía.

Mi abuelo, el cual se encontraba dormido, comienza a abrir los ojos y al verme, una sonrisa se forma en su rostro.

—Mi niña —dice.

—Abuelo.

Me acerco a él para abrazarlo. La enfermera se hace a un lado y no puedo evitar estrechar a mi abuelo entre mis brazos. Noto como me rodea con los suyos y me da un apretón. Las lagrimas no tardan en salir de mis ojos.

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂Where stories live. Discover now