𝒞𝒜𝒫𝐼𝒯𝒰𝐿𝒪 𝒳𝐿𝒱𝐼

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    A penas pongo un pie dentro de las instalaciones de Ferrari cuando escucho como alguien corre, de repente siento como alguien me abraza con fuerza y me alza por los aires.

—¡Mon amour! —exclama el monegasco—. Te he echado de menos.

—Y yo a ti, Charlie —le doy un beso en la mejilla.

—¿Qué tal? —Carlos mira a su compañero.

—Todo normal, sin novedades—responde—. Por cierto, Erik quería hablar contigo, Carlos.

—Ah, pues ahora mismo voy —Carlos suelta mi mano con delicadeza y se dirige hacia el garaje.

Charlie y yo nos dirigimos hacia mi oficina. Al entrar veo algunas cartas sobre la mesa. Me siento y las miro por encima.

—Oye —habla Charles—. No es por entrometerme entre Carlos y tú, pero ¿habéis hecho algo oficial?

—Se lo contamos a sus padres y a sus amigos de Madrid. ¿por qué?

—Pues porque...—veo que enreda con su móvil—. Tengo un amigo en Madrid que me envió esta foto —busca algo en su móvil y me lo pasa.

En la pantalla veo una foto de dos personas. No se les reconoce muy bien, ya que apenas hay luz, pero se que somos Carlos y yo en el momento en el que nos besamos en aquella discoteca.

—¿Ha salido a la luz? —pregunto.

—No —niega—. La hizo mi amigo y solo me la ha enviado a mí, pero tenéis suerte de que las luces del local jueguen a vuestro favor.

—Sí —asiento—. Pero ¿cómo estaba tu amigo tan seguro de que éramos nosotros?

—Pues porque os vio entrar, Laya —dice con obviedad.

Miro al monegasco y me muerdo el labio inferior.

—Carlos y yo hemos decidido contarlo aquí en Ferrari

Charles abre los ojos al máximo y me mira sorprendido.

—¿Seguro? —pregunta.

—Sí —asiento—. No queremos esconderlo más en el área de trabajo, además, tarde o temprano el resto de la parrilla se va a enterar.

—Yo creo que Alonso y Vettel se huelen algo.

—No hace falta que lo creas —me río—. Lo saben, de hecho, apostaron.

—¿Qué? — ríe—. ¿Cómo que apostaron?

—En Bahréin, cuando estábamos en el hotel celebrando la victoria de Hamilton. —digo—. Son dos veteranos de la Fórmula Uno rodeados de jóvenes pilotos. Son observadores y se dieron cuenta de cómo me miraba Carlos.

—Parece mentira que por aquel entonces os llevarais como el ratón y el gato.

—No ha pasado mucho de eso, Charles —comento—. No hace ni dos meses.

—¿Solo? —el monegasco me mira frunciendo el ceño—. Qué rápido pasa el tiempo con vosotros —bromea.

Cojo un bolígrafo que hay sobre la mesa y se lo lanzo, pero Charles consigue esquivarlo. «Malditos sean sus reflejos de piloto»

—Me parece muy bien que lo hagáis público —dice—. Carlos merece ser feliz y contigo lo es.

—Todos decís lo mismo.

—Es que tú no lo conociste cuando Isabel lo dejó. Él aún no estaba en Ferrari, pero era un alma en pena caminando por el paddock.

—Nunca es agradable descubrir que te han estado mintiendo un año entero.

𝐵𝑂𝑅𝑂𝐽𝑂Where stories live. Discover now