Capítulo 40: Traición seca

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Narrador omnisciente

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Narrador omnisciente

Los pasos de ambos hermanos eran lentos por las calles de Trost. Si bien la economía del distrito iba mejorando, aún existían zonas de gran descuido. Desgraciadamente muchas familias perdieron no solo sus hogares, sino también a preciados miembros. Ese lamento por los muertos se podía sentir en el ambiente de aquellos desolados y mugrosos caminos, donde manchas oscuras en todos lados daban a entender que allí antes lo ocupó la sangre y quizás el cuerpo de alguien. Era un lugar que podía contar múltiples historias, pero pocas de ellas eran buenas.

Entre los hermanos que allí caminaban, Zalas era quien lucía más ansioso, caminando con las manos unidas tras su espalda y observando a la pelinegra de reojo temiendo que desapareciese en cualquier momento. Notaba su semblante abatido, sin fuerzas, haciéndose la idea de que quizás ella no estaba teniendo un buen sueño. También estaba mucho más delgada, su pulcro uniforme no podía ocultar semejante detalle. Su cabello negro había perdido brillo, estaba opaco y grasoso y ni siquiera quería detenerse a pensar en su muerta mirada. Entre eso y su andar lento, casi cojo, Zalas comprendió que Nadedja estaba realmente arruinada, sin ningún tipo de fuerza o motivación.

—¿Sabes? Solía pelearme con algunos de mis compañeros cada vez que te veía antes de tus expediciones —intentó aliviar el ambiente llamando su atención. Ambos continuaban caminando uno al lado del otro a la misma velocidad—. Para ellos eras bonita, me lo decían para que me enfadara cada vez que podían —rió apartando la mirada con algo de vergüenza.

—¿Y tú qué les decías? —insistió ella a pesar de la desgana, se notaba en su voz.

—Qué ya estabas ocupada.

—Ah, la salida fácil, ya veo.

—No es mi culpa, era la única manera de que dejasen de molestar —la mujer rió.

—¿Y quién decías que era mi pareja?

—El comandante Erwin.

La expresión de Nadedja era digna de ser retratada para exibirla en el gran palacio de Mitras. El espanto, el horror y la incredulidad estaban concentradas en una sola cara. Quizás se trataba de la máxima expresión que ha puesto su rostro en los últimos meses.

—Mejor cambiemos de tema —sugirió ella adelantando al muchacho—. ¿Falta poco?

—Estamos a un par de calles.

—No hay nadie por los alrededores, me pone de los nervios —mencionó ojeando a sus costados. Comenzaba a sentir ojos en la nuca de forma inconsciente.

—Si no recuperamos el muro, me temo que seremos muchos menos.

—Me alegro de que hayas sido lo suficiente inteligente como para no unirte a la Legión en esta misión.

—El comandante Pixis no me permitiría abandonarlo así de fácil. ¿Quién le dará alcohol a escondidas sino? —ambos soltaron una fuerte carcajada por pensar en el hombre. Borracho y despreocupado, siempre fue igual.

𝑻𝑯𝑬 𝑷𝑹𝑶𝑻𝑬𝑪𝑻𝑶𝑹 | Levi AckermanKde žijí příběhy. Začni objevovat