¿Cuándo sabemos que llegamos a nuestro límite? ¿Cuándo hemos perdido lo suficiente como para darnos por vencidos?
¿Vale la pena seguir luchando por la libertad?
La vida de Nadedja Vein estaba sumida en caos mientras veía a sus compañeros morir a ma...
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Narrador omnisciente
Todos en la Legión estaban más que listos para la próxima expedición. Las lanzas relámpago habían sido preparadas con éxito en el distrito industrial y los soldados aprendieron de inmediato a manejarlas, aunque no sin miedo de por medio. Eran armas peligrosas que no las podía portar cualquiera que dudara, pero el titán acorazado la tendría difícil si aparecía, de eso no había dudas.
Por otro lado, Nadedja había conseguido un poco de valor dentro de si para enfrentar la situación que tenía delante. Como nueva líder de escuadrón lo que menos quería era que sus subordinados se perjudicaran de sus acciones. No era una niña, no podía hacer berrinches en la oficina del comandante para que le quitara el puesto que le había otorgado. Ahora solo le quedaba afrontar la realidad con la poca voluntad que le quedaba y para eso pasaba más de la mitad del día entrenando con su escuadrón. Su cuerpo estaba un poco fuera de forma luego de tanto tiempo en reposo así que con la ayuda de los nuevos reclutas que aún debían acostumbrarse al ritmo de la Legión conseguía entrenar duro.
Era temprano en la mañana y estaban a tan solo dos días de la gran expedición por lo que todos deseaban estar en plena forma. Los campos de entrenamiento se encontraban abarrotados de soldados luchando entre si y gastando energía, incluída Nade quien hacía abdominales con ayuda de un chico de su escuadrón muy dulce llamado Marlo, el cual sostenía sus pies mientras contaba las repeticiones. Podía sentir el sudor deslizarse por su espalda y su frente, hacía bastante calor estando a pleno sol y a pesar de tener ropa cómoda para el ejercicio sentía que no estaba siendo de ayuda.
—295... 296... 297... Ya casi llega, un poco más —la animaba Marlo viéndola con atención desde hace bastante rato. No podía creer la resistencia que la mujer tenía—. 298... 299... ¡300! Listo. Eso fue rápido.
Nade se dejó caer al polvoriento suelo sintiendo una fuerte brisa dándole ánimos. Por suerte el viento estaba de su lado soplando con fuerza para que no sintiese el calor en su cara.
—Excelente —comentó poniéndose de pie con la ayuda del chico—. Marlo, ¿eres bueno en combate de puños?
—No mucho. En los entrenamientos no era obligatorio para entrar a la Policía Militar así que nadie se lo tomaba en serio.
—Lástima. ¡Floch! —llamó casi a los gritos al otro chico que entrenaba a unos metros de ellos con el resto de sus compañeros— Tienes cara de impulsivo. A pelear.
El muchacho de cabello extraño no dijo nada, solo la siguió voluntariamente hacia una parte del terreno que estaba desocupada y se puso en posición aguardando por ella. Nade admiraba la iniciativa que tenía, pero sabía que si iba enserio con él podría hacerlo pedazos y no quería eso antes de una expedición.
—Ataca primero —le ordenó plantándose frente a él con los puños en alto.
Floch reaccionó positivamente a la orden lanzando el primer golpe que iba directo a su rostro. Pudo esquivar a tiempo y devolverle un poco de la misma fuerza que había recibido yendo a por su estómago. El pobre pareció quedarse sin aire unos segundos, pero no emitió ninguna queja, solo se recompuso y continuó lanzando golpes en busca de algún punto débil. Nade sabía esquivar muy bien, llevaba años peleando contra Levi, no había mejor profesor de lucha que él y sus golpes. De hecho, cualquier otra persona en comparación al capitán le hacía cosquillas si se lo tomaba en serio.