Anhelos

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Chuuya percibía cierto sabor amargo cada que recordaba su primer beso. Y es que parecía que había sido solo apenas unas semanas atrás, cuando fueron enviados a una misión que estaba programada para durar días enteros. No tan larga como la actual, pero siempre lo suficiente como para estar uno al lado del otro sin matarse en el proceso.

No hacía falta ser un genio para saber que Dazai era el dueño de aquella memoria que al pelirrojo avergonzaba cada que veía a los subordinados que habían sido testigos; a los pocos que quedaban. Casi fueron vistos como cualquier adolescente ante tal demostración, si no fuera porque sus vidas pendían de un hilo al hacer algún comentario o broma al respecto. Los chicos prospectos a ejecutivos no eran cualquier persona, y los colegas de menor rango en la mafia lo sabían; razón por la que tan adorable e intrépida escena quedaba solo en sus memorias como un gesto de humanidad.

Él había perdido el conocimiento por escasos cuatro minutos. Tiempo que bastó para que Dazai se acercara a su rostro, en su intento por encontrar algún indicio de que el pelirrojo estaba en condiciones para ponerse de pie, pues había usado Corrupción por un tiempo prolongado. No percibió nada. El castaño se alarmó al notar que el chico no respiraba, al menos no perceptiblemente. Tenía la piel pálida y fría, la sangre escurriendo de sus ojos, oídos y nariz. Había tomado su mano, con la finalidad de buscar su pulso. Por un momento le parecieron preciosas las marcas que le decoraban y que poco a poco desaparecían de su piel; aquellos trazos rojizos que indicaban cuando Arahabaki tomaba el control. En secreto, pensaba que en Chuuya lucían realmente bien , aunque estaba claro que el precio no lo valía, mucho menos si evocaba el recuerdo del poder del dios que residía en su interior; la calamidad le consumía por dentro.

La desesperación casi se apoderó de él cuando el pulso del otro se sintió realmente lento. Tanto, que el intervalo entre un latido y otro era largo... tal vez no tanto, pero él estaba asustado.

Aquel lugar era demasiado frío, por lo que su preocupación aumentó; si no cubría a Chuuya de semejante temperatura, terminaría muriendo de pulmonía antes que por los estragos de su habilidad. Así que, sin pensarlo, se inclinó lo suficiente hasta quedar sobre el cuerpo del otro, ante la atenta mirada de los demás subordinados que estaban conscientes luego de la explosión que el mismo Chuuya había causado. Con una mano contra el suelo, sostuvo su peso mientras dirigía la otra debajo de la espalda de su compañero y, ejerciendo más fuerza de la que realmente tenía, le atrajo a su pecho antes de maniobrar con las piernas hasta que quedó sentado. Recargó la espalda contra el muro detrás de él, y se dedicó a aferrarse al cuerpo que temblaba entre sus brazos; desconocía si el pelirrojo pasaba por demasiado frío, o si era el dolor que le recorría por completo. Cual sea la razón, fue suficiente para hacerle acortar la distancia que los separaba. No se detuvo al sentir los helados labios rojos por la sangre, al contrario, el poco calor que emanaba era tan reconfortante que prefirió quedarse allí unos segundos, solo sintiendo el contacto ajeno. Algo en su pecho retumbó, sintió las mejillas calientes y le embargó cierta ansiedad por correr a esconderse donde nadie le pudiera ver, para poder abrazar al ojiazul con mayor comodidad. Eso, Chuuya le pareció tan cómodo en ese momento, como si fuera el sitio al que realmente pertenecía.

Recuerda haberse sorprendido cuando la mano del pelirrojo se posó en su nuca, atrayendo más al castaño, profundizando el ahora beso. Aún podía sentir sus labios abrirse para encajar a la perfección con el otro, la humedad, el metálico sabor a sangre; siendo esto lo que los separó. Dazai casi saltó lejos de su compañero, sino fuera porque la pequeña pizca de sensatez le hizo caer en cuenta que estaba herido, por lo que le sostuvo alejando el rostro lo suficiente como para verlo a los ojos. Estaba despierto.

Chuuya le observaba con cansancio y confusión, que después pasó a la sorpresa. Sus mejillas se pusieron rojas, no pudo evitar voltear a los lados buscando lo que ya era obvio: los subordinados que les acompañaban les miraban enternecidos, asombrados y preocupados (por sus vidas, más que por otra cosa).

DARKNESS MY SORROW |SOUKOKUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora