Intentemos de nuevo

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El molesto sonido del reloj solo le hizo sentir más miserable. Sin podérselo creer, movió con vacilación su mano hasta que dio con la ajena. Estaba fría, al igual que el cuerpo completo. Apretó su agarre, elevó la cabeza tan solo un poco, lo suficiente para captar la imagen de Akutagawa, más pálido que nunca.

Entonces sus labios temblaron. Volvió a llorar sin importarle que le dolían los ojos y la cabeza por esforzarse en ello; la impotencia de no poder hacer nada por él, le llegó de golpe. Lo perdería, seguro que era el final. Cerró los ojos con fuerza antes de volver la vista al reloj. Un minuto más acababa de pasar y Yosano aún no llegaba al hospital. En la vida se había sentido tan impaciente, al punto de querer lanzarse por la ventana para buscarla.

—Por favor —rogó en un susurro, llevándose la mano que sostenía a la frente—, sé que puedes hacerlo. Aguanta un poco más.

El pitido de la máquina, que marcaba el ritmo cardiaco del mafioso, comenzaba a frustrarlo. El mayor respiraba solo gracias a la mascarilla en parte de su rostro, su piel perlada por el sudor se veía incluso pegajosa; como una vela derritiéndose a fuego lento. En su expresión se notaba que sufría. Probablemente, Akutagawa había ganado heridas como esas, o peores, en más de una ocasión, sobre todo con la vida que llevaba. Pero claro que eso no exentaba el riesgo en la situación actual. Atsushi sabía que, desde días atrás, el pelinegro no gozaba de buena salud. Por lo que su preocupación escaló al darse cuenta de que esos podrían ser sus últimos momentos.

—Si mueres así, se burlarán de ti —habló con voz temblorosa en un intento por reírse de su propio chiste—. Imagina que encuentres en el infierno al mismo diablo, y se burle de ti por haber muerto protegiéndome. No debiste... —se detuvo para tomar aire, su pecho dolía demasiado— ¿Quién demonios te dijo que podías hacer esto? —reprochó rechinando los dientes—. ¡¿Quién carajo te crees que eres, para dejarme solo?!

El sonido que emitió la máquina a un lado de la cama fue largo. Lo suficiente como para crisparle los nervios.

—No... No no no ¡No! —soltó la mano del mafioso y dirigió las suyas al rostro casi gris, apretó con fuerza, e incluso retiró la mascarilla en su desesperado intento por despertarlo—. ¡No puedes irte! ¡No puedes dejarme! —gritó—. ¡Dijiste que podíamos intentarlo! ¡Dijiste que estabas dispuesto a mostrarme tu lado más humano! Por favor... no te vayas.

Terminó cediendo al peso que sus rodillas no pudieron soportar y se dejó caer al suelo sin despegar la mano de la mejilla de Akutagawa. Finalmente, lloró como no lo había hecho, soltó lamentos que le calaron en lo más hondo, que cerraron su garganta y debilitó cada parte de su cuerpo. Ya no había marcha atrás.

—Te amo, Aku. No me hagas esto...

—¡Atsushi-kun!

Por la puerta, Dazai cruzó seguido de Chuuya y la figura a la que tanto deseaba ver en ese momento.

—Y-Yosan-

—¡Sal ahora mismo! —ordenó la joven, antes de empujar con fuerza al dúo Soukoku para abrirse paso—. Llévatelo de aquí, necesito espacio. ¡Ya!

Dazai asintió y tomó del brazo a Atsushi, levantándolo de su lugar y, prácticamente, arrastrándolo a la salida. En su camino, jaloneó a Chuuya también, quien se había quedado pasmado en medio de la habitación tan solo viendo al joven en la cama; la máquina marcaba un ritmo nulo.

Estaba muerto.

—¡Despierta, Chuuya! —gritó al pelirrojo para que atendiera la indicación—. Estará bien, ella lo traerá de regreso —aseguró.

DARKNESS MY SORROW |SOUKOKUOù les histoires vivent. Découvrez maintenant