VI. ES UN REGALO

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Capítulo seis

"Si no quieres esconderte, no hagas nada que te lleve a tener que hacerlo"

Llego al bar y entro, sentándome en la mesa número 3. Cuando me siento saco mi móvil del bolso, comprobando como la mancha violeta se estaba expandiendo rápidamente por todo el teléfono, incluso bloqueando algunas teclas. Dudaba que llegase a mañana. Lo apago y miro hacia la puerta, por la que aparece un señor. Entrecierro los ojos sin saber si es Malcom o no, pero en cuanto nuestras miradas se cruzan, él sonríe.

Me levanto nerviosa para saludarle, sin estar muy conforme con esta cita. Este señor no tiene la edad que me había dicho por texto.

―Hola, encantada. 

Sonrío por pura cortesía y me siento asqueada al verle llegar hasta mí. Esto está fatal.

―Yo sí que estoy encantado. ―ambos nos sentamos, pero no pasa desapercibida mi mirada examinándole, seguramente no muy agradada―. Sé que te dije 46 años, pero te mentí, lo siento. Tengo 64.

―No me gustan las mentiras ―él asiente y yo me remuevo incómoda. Hasta mi padre es más joven que este señor―, sólo puedo estar una hora.

―¿Qué? Acordamos dos.

―Y también acordamos no a las mentiras y mira qué situación.

Intenta replicarme, pero sabe que no puede, por lo que termina cediendo. Me siento con el control y me gusta. Por lo menos es algo que me mantiene "bien" teniendo en cuenta la situación en la que me encuentro.

Pedimos algo de picar y unas cervezas, mientras hablamos de su vida. Yo no le tomo importancia a casi nada de la conversación, pero como me dedico a asentir y sonreír él no parece darse cuenta. Tras una hora me paga ochenta libras por la mentira y yo me voy contenta con eso.

Abro la puerta de casa y no encuentro a nadie. Dejo las llaves y me quito las botas tacón, dejándolas en la entrada donde estaban las zapatillas de casa. Me estiro por el salón, haciendo sonar los huesos de mi espalda. Cuelgo el abrigo en el perchero y voy hasta la cocina, sirviéndome un vaso de agua.

―¿Dónde estabas?

―¡Coño, Emma! ―toso sin parar, escupiendo el agua en el fregadero. No la escucho reír y me preocupa, por lo que me fuerzo a mí misma a dejar de toser ya mismo, mirándola ―. ¿Y ese silencio a qué viene? 

―¿A qué vienen estas horas? Estás muy rara desde ayer. Llegas tarde y apenas nos hablas, ¿qué pasa?

―¿Qué? Yo no estoy rara.

En el fondo me preocupa ser muy obvia en mi comportamiento, porque no me sentía bien conmigo misma haciendo esto. No hacía algo malo, pero tampoco lo veía como algo bueno.

―Mac, ¿pasa algo? ―la mirada de Emma se suaviza, avivando mis ganas de contarle a alguien lo que está pasando.

Necesito desahogarme.

—No, de verdad, Em. 

Ella se muerde el labio, asintiendo lentamente, no muy convencida.

Haz algo Mac.

Me lanzo a sus brazos y ella retrocede, riéndose. Me alejo y le quito el cigarrillo que se consumía entre sus dedos, corriendo hasta el balcón, seguida por ella. Le doy una calada y ella niega, porque instantáneamente comienzo a toser.

―¡Vaya, es el mágico!

―¡Será que no se huele! ―se ríe de mí y me lo quita, acabándoselo―. ¿Qué tal el día?

Señor Cooper, váyase a la mierdaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora