XXVIII. MÁS TIEMPO DEL QUE CREES

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Capítulo 28

"Siempre hay una primera vez para experimentarlo todo"

Sigo a Cameron hasta entrar a su casa. Él no dice ni una sola palabra durante el trayecto, actitud que me desquicia y molesta a partes iguales, pero aun así no digo nada. Solo me deshago del abrigo para estar más cómoda, dejándolo en el lugar habilitado para ello en el recibidor, mientras él se saca la chaqueta de su traje. Repaso los movimientos de su espalda y cómo se le marca bajo la camisa, obligándome a mí misma a concentrarme cuando le veo dejarla sobre el respaldo del sofá.

Céntrate, Mackenzie. Tienes una misión.

Avanzo para seguirle hasta la cocina sin que él me diga ni una palabra todavía. Abre el frigorífico y saca una jarra de agua helada, sirviéndose así mismo, no preguntándome si tengo sed.

―Necesito que me digas el precio de mi comida para así devolvértelo.

De todo lo que he podido decir, eso es por lo primero que me decanto.

He de decir que entiendo perfectamente la manera brusca en la que Cameron ha dejado el vaso, y también su forma de mirarme tras eso. Suspira, se apoya con ambas manos contra la encimera y cierra los ojos. Exhala antes de levantar la cabeza al techo, abriendo los ojos en esa misma dirección, aun sin mirarme.

Cuando lo hace me da un escalofrío.

―Mackenzie, ¿te has propuesto ver hasta donde llega mi paciencia? ―el tono de su pregunta es entre incrédulo y desesperado―. Te ahorro el trabajo, no tengo paciencia. Odio que las cosas a mi alrededor estén fuera de mi control y tu parece que te empeñas en que todo se joda cada vez más.

―Estaba en mi tiempo libre del trabajo ―me encojo de hombros a sabiendas de que eso no era excusa―, no iba a coger el teléfono fuera del horario.

―Pues ayer eso no te importó demasiado.

Un golpe bajo muy bien jugado.

―Ayer era diferente, no estaba trabajando.

Hincha el pecho y cierra los ojos unos segundos. Aprecio todos y cada uno de sus movimientos hasta que empieza a moverse en mi dirección. Permanezco estática mientras rodea la encimera y se acerca a mí, con ambas manos en su cintura, sacándome unos centímetros de altura cuando queda en frente.

―Me importan una mierda esos horarios de los que hablas, ¿de qué manera te lo tengo que decir para que lo entiendas?

Su voz ahora es ronca y eso me da escalofríos por todo el cuerpo. Hemos pasado de mantener una distancia prudencial a estar uno frente al otro, sin apenas espacio y con los nervios crispados en ―me atrevería a decir― todos los sentidos. Está molesto y yo soy una incongruencia de sentimientos y pensamientos que, exteriorizados, parece que hacen cambiar sus emociones.

Me muerdo el labio inferior y le miro todo lo que puedo a los ojos, aunque me siento incapaz a los segundos. Trato de no sentirme débil y clavo la mirada en su pecho, aclarándome mentalmente sobre lo que pretendo decirle.

―Cameron, quiero que me hables bien ―mi tono no es el más fuerte del mundo, pero me las apaño para hablarle y mirarle a los ojos una vez lo he hecho.

―¿Qué? ―sus cejas se fruncen―, ¿de qué hablas?

―De la forma en que me hablas. No soy un juguete, ni un objeto sin sentimientos ―me relamo los labios y vuelvo a apartarle la mirada hasta recuperarme un poco―, quiero que me hables bien, como yo te hablo a ti.

―Creo que tenemos conceptos distintos de hablar bien al otro.

―No. Esa forma de hablarme en el restaurante no ha estado bien, ni la manera en que has pagado por mí, o la forma de sacarme de allí. No quiero que me obligues a seguirte a ningún lado, quiero que me preguntes si quiero ir contigo.

Señor Cooper, váyase a la mierdaWhere stories live. Discover now